"DEL CAMPO DE MARTE A LA PLAZA DE LA FRATERNIDAD"




Dedicaremos esta estampa a la historia colonial de la zona que ocupa la Plaza de la Fraternidad y su posterior evolución en las primeras décadas republicanas que la llevó a convertirse en la plaza más concurrida y céntrica de la ciudad.


Antecedentes de la zona
En los remotos tiempos del siglo XVII los terrenos de lo que fue luego el Campo de Marte eran parte de un paraje cenagoso, anegado e intransitable, fuera de las murallas que rodeaban a la villa de San Cristóbal de La Habana, y que poco a poco, a pesar de su condición inhóspita,  comenzó a poblarse, siendo finalmente convertido en estancias y corrales en los que abundaban árboles frondosos. 

En la siguiente centuria aquellos terrenos pertenecían a una huerta que había sido mercedada por el Cabildo a don Melchor de la Torre, y en 1735 pasaron a ser propiedad de don Ambrosio Menéndez. Al ser analizados por el agrimensor público don Bartolomé de Flores, encargado del deslinde y medida, éste encontró que en vez de los doce mercedados solares originales había veintiocho solares y medio, por lo que los dieciséis y medio sobrantes fueron declarados realengos y entregados a doña Petronila Medrano como indemnización por una parte de los terrenos de su propiedad que le habían sido expropiados para la construcción de las murallas. El mencionado agrimensor tasó un grupo de dichos solares en doscientos tres pesos con cinco y medio reales cada uno, y los restantes en ciento setenta y un pesos con siete y medio reales por solar.


La creación del Campo de Marte
En 1740, levantadas ya las murallas, se ordenó construir en aquellos terrenos una explanada a la que se dio la categoría de zona militar con el nombre de Campo de Marte, para contribuir a la mejor defensa de la ciudad en caso de que fuera atacada por tierra, prohibiéndose construir viviendas en sus alrededores. Durante algunos años todo el terreno extramuros permaneció sin otras construcciones que no fueran los fosos de las murallas y las estacas levantadas para la delimitación de dicho campo. Sin embargo, poco a poco se fue poblando de nuevo la zona y ya en 1762, durante la ocupación inglesa, el Conde de Albemarle tuvo que ordenar la destrucción de diversas chozas que se habían levantado fuera de las murallas.

Dos años después, en 1764, el lugar fue destinado a ejercicios militares de la escasa guarnición de entonces, encargándose su ampliación al ingeniero belga Agustín Cramer, quien propuso que para completar el plan de defensa debían derribarse todas las construcciones aledañas que pudieran servir de base para un ataque terrestre enemigo, lo que le fue aceptado por el gobierno. La Real Hacienda compró el terreno del Campo de Marte y el suelo de los barracones y canteras que había en él hasta cierta distancia de las murallas, y al propio tiempo se demolieron varias edificaciones, entre ellas dos molinos de tabaco que existían en el propio campo y la cercana iglesia de Guadalupe. Todo el Campo de Marte quedó preparado para que no hubiera ningún impedimento en su defensa.

Con regularidad, cada cinco o diez años, se repetían las reales órdenes prohibiendo toda construcción a una distancia menor de 1500 varas de las murallas y se demolían las edificaciones que se hubieran levantado, como sucedió en 1799, en que fueron derribadas las casas fabricadas en la calle Barcelona, a 1300 varas de distancia del Baluarte del Taller. Sin embargo, la necesidad de viviendas era muy grande y poco a poco continuaron surgiendo casas en las cercanías del Campo de Marte, que finalmente quedó encerrado entre viviendas, en su mayoría modestas, que se construían ocultamente en dos o tres noches, con piezas de madera numeradas, traídas de los Estados Unidos. 


Una Plaza de Toros en sus predios
En 1791 se inició la construcción, en uno de los costados del Campo de Marte, de la primera Plaza de Toros que existió en La Habana, la cual se concluyó en 1794, y que fue criticada por algunos sectores de la población y elogiada por otros, en especial por las principales familias adineradas de la ciudad. En ella se celebró, el 14 de octubre de 1833, siendo Capitán General de la Isla don Mariano Ricafort, un torneo para solemnizar la jura de Su Alteza Real la Infanta doña María Isabel Luisa de Borbón como heredera de la corona de España.



De aquel grandioso espectáculo se conservan en los periódicos de la época los nombres de las principales damas y caballeros que participaron en su realización, todos ellos pertenecientes a la más ilustre aristocracia habanera de la época. En primer lugar, la que fue llamada “Reina de la Hermosura”, doña Encarnación Montalvo y Calvo; el caballero de honor nombrado por ella, Brigadier Gentilhombre de Cámara don Francisco de Armenteros; los caballerizos de campo, ayudantes, camaristas y damas Luis Alvarez de Toledo, Rafael Montalvo y Calvo, Francisco Chacón y Calvo, Mariana Chacón, Micaela Ricafort, Teresa Montalvo, María de Jesús O’Farrill y Concepción Montalvo.  

Si bien aquel torneo llenó de crónicas poéticas las páginas de los periódicos de aquellos lejanos días, pocos años después el ambiente que rodeaba a la Plaza de Toros era muy distinto, al extremo de que en 1841 se presentaba al gobierno, por el Superintendente General Delegado de Real Hacienda don Antonio de Larrúa, un proyecto de vender, mediante rifa, los terrenos del Campo de Marte.


La rifa del Campo de Marte
Aquel espacioso terreno, debidamente acondicionado para la realización de ejercicios militares,  por lo que era también llamado Campo Militar, y formado, según Pezuela, por un trapecio de 250 varas en el lado mayor por 150 en el menor, había sido cerrado, en tiempos del Capitán General Miguel Tacón, con una verja monumental de hierro compuesta por cuatro cercas de pilares y una gran puerta, también de hierro, en el centro de cada cerca. Las puertas ostentaban sendas inscripciones con los nombres, con los que fueron denominadas, de Colón, Cortés, Pizarro y Tacón, y sobre ellas se  habían colocado, como trofeos de armas, varias bombas y morteros provenientes del parque de artillería, y por último, para recalcar su condición de zona militar, en cada una de las cuatro esquinas del campo se había construido un torreón almenado.



La proyectada rifa, que debía realizarse mediante una lotería de 30 mil billetes, fraccionados en cuartos, a diez pesos el entero, cinco el medio y diez reales el cuarto. fue anunciada en el “Diario de Gobierno” el 17 de diciembre de 1841, siendo defendida públicamente por el Capitán General con un detallado artículo que mandó publicar en el Diario de La Habana, en el que manifestaba que había dado al Superintendente General de Real Hacienda la aprobación de su gobierno, “a condición de que del producto de la venta se abonase a los cuerpos de este ejército los 20,000 pesos que, en calidad de reintegro, habían invertido en su preparación, y que devolviera al parque de artillería, del que habían salido, los cañones y bombas que le adornan…”  Al propio tiempo le indicaba que la verja monumental de hierro que circundaba el Campo Militar “se destinase a idéntico uso en el Jardín Botánico que se halla abierto, debiendo estar cerrado como todos los de su especie, no solo por utilidad y ornato publico, sino por decoro de los mismos habitantes de esta culta capital”.

En definitiva, aquella fantástica rifa nunca llegó a efectuarse, aunque las rejas pasaron a cerrar los terrenos del Jardín Botánico (en lo que hoy es la Quinta de los Molinos). El Campo de Marte continuó siendo propiedad del Estado y quedó abierto al público como uno de los pocos pulmones que permitían respirar a la ciudad, llena de tráfico y de calles estrechas.


La renovación del Obispo Espada
Por esa época vivió durante algunos años en una casa situada en la esquina de la calle Amistad y la Avenida de San Luis Gonzaga (luego de Simón Bolívar, hoy Reina), el obispo Juan José Díaz de Espada y Landa, quien quiso mejorar los terrenos del Campo de Marte cubriéndolos con un moderno pavimento de macadán (sistema de Mac Adams), así como sembrando árboles y flores y colocando algunas farolas, a la vez que hizo prolongar a través del Campo la Avenida de San Luis Gonzaga para facilitar el tránsito de su coche y de los de sus visitantes.

Después de aquella renovación, el lugar no recibió, por largo tiempo, más ningún beneficio cayendo de nuevo en un estado de abandono tal que en las últimas décadas del XIX, los transeúntes que se atrevían a cruzarlo corrían el riesgo de ser asaltados en pleno día.  


Llega la Fuente de la India
La “vecina” más notable del Campo de Marte en la etapa colonial fue la Fuente de la India, obra emblemática de la ciudad, proyectada por don Claudio Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva, y realizada en mármol por el escultor italiano Guiseppe Gaggini. Esta fue emplazada, como dice el cronista Tranquilino Sandalio de Noda en una atinada descripción, “en el extremo sur del Nuevo Prado o Paseo de Extramuros y junto a las verjas y almenadas puertas del Campo de Marte o Militar.



Es una fuente de blanco mármol que se alza en un pedestal cuadrilongo sobre cuyas cuatro esquinas y resaltadas pilastras se apoyan cuatro enormes delfines también de mármol,  cuyas lenguas de bronce sirven de surtidores al agua que vierten en la ancha concha que rebosa el pedestal … encima del todo, sobre una roca artificial, yace sentada una preciosa estatua que representa una gallarda joven india mirando hacia el oriente; corona su cabeza un turbante de plumas, y de las mismas la ciñe una ligera cintura con la cual y el carcaj lleno de flechas que al hombro izquierdo lleva, se conoce que representa alegóricamente la ciudad de La Habana. Las armas de ella se ven esculpidas en el escudo que lleva en su diestra, y en la siniestra sostiene la cornucopia de Amaltea, en la cual, en vez de las manzanas y las uvas que generalmente la adornan, el autor, en un rasgo feliz de inventiva, las ha sustituido por frutas de nuestra tierra coronadas por una piña”.



La India fue la fuente “viajera” por excelencia. Primeramente fue colocada, en 1837, frente a la puerta este del Campo de Marte, llamada de Tacón, ocupando el lugar en el que, desde 1803, estaba emplazada una estatua de Carlos III, que fue, a su vez, removida y trasladada al Paseo Militar (hoy Paseo de Carlos III). Después, en 1841 fue situada en un lugar más cercano, al final de la segunda sección de la Alameda del Prado o Paseo de Extramuros (hoy Paseo del Prado), dando el frente hacia esta vía. Allí permaneció por más de veinte años, y en 1863 se le trasladó al centro del Parque Central, donde estuvo hasta 1875, en que el Cabildo habanero quiso solemnizar el regreso de los Borbones al trono de España levantando una estatua de Isabel II en el lugar más prominente de la ciudad, que era en aquel entonces el centro del Parque Central.  Regresó entonces la Fuente de la India al sitio donde había estado al final de la Alameda del Prado, pero esta vez mirando hacia el Campo de Marte.

 

De Campo de Marte a Parque de Colón
El 18 de abril de 1859 el Ayuntamiento habanero, acogiendo una propuesta del regidor don Ramón de Montalvo y Calvo, escogió el Campo de Marte o Campo Militar, al que comenzó a nombrar como Parque de Colón, para levantar en su centro un grandioso monumento en honor al Gran Almirante. El proyecto original era construir un mausoleo para conservar en él las cenizas de Colón que se conservaban en un sencillo túmulo en la Catedral. Pero se opuso firmemente al proyecto el Obispo de La Habana y entonces los regidores decidieron levantar un monumento de carácter civil, que fuera costeado por todos los Cabildos de la Isla, y efectuar un concurso para llevar a cabo la obra, convocándose para ello “a todos los sabios, profesores y artistas de Italia, España, Cuba y Puerto Rico”,

El Cabildo habanero abrió la suscripción de fondos con 25 mil pesos, el gobernador Marqués de la Pezuela entregó de su peculio mil pesos y se comenzaron a recibir fondos del interior de la Isla, el primero de ellos, procedente del teniente gobernador de Manzanillo, por la cantidad de 142 pesos con 62 reales. En total se llegaron a reunir 30,711 pesos, pero el gobierno central de la colonia no dio más que promesas, lo que provocó el desaliento de los organizadores del proyecto y, en definitiva, su cancelación. Ni siquiera el descendiente directo del Gran Almirante, el Duque de Veragua, se dignó contestar la carta en que le comunicaban la iniciativa del Ayuntamiento habanero para glorificar la memoria de su ilustre antepasado. 

En 1892, coincidiendo con el cuarto centenario del descubrimiento de América, el alcalde de La Habana don Segundo Alvarez comenzó a embellecer el Campo de Marte, que se había convertido de nuevo, por años de descuido, en un verdadero lodazal. Al propio tiempo, el Cabildo bautizó solemnemente aquel lugar, por segunda vez, con el nombre de Parque de Colón. En ese tiempo se sembraron los árboles de caucho que bordeaban el campo, contemporáneos con los de la misma especie que prodigaban refrescante sombra en la avenida central del Cementerio de Colón.

Durante la intervención militar norteamericana, por unos pocos meses, el Parque de Colón volvió a convertirse por última vez en campo militar, acampando allí varias unidades de las tropas de ocupación.



Primeros tiempos republicanos
En la República hubo alcaldes que se preocuparon por el Parque de Colón e intentaron transformarlo en una especie de Buen Retiro, con canteros de flores, pequeñas fuentes, una sencilla caseta para bandas de música y una tentativa de jardín zoológico. Pero, a pesar de todo el esfuerzo, aquellas mejoras no llenaron nunca su objetivo. Por sus calles sólo se paseaban parejas, desocupados y gatos famélicos, alimentados estos últimos, cada noche, con los desperdicios de comida que recogía en las fondas un anciano al que llamaban “el padre de los gatos”, que llegó a ser, en aquella época, uno de los personajes más populares de La Habana nocturna.



Gradualmente se fueron secando las fuentes, marchitándose las flores, muertos los animales, derribada la caseta de la música y el parque fue tomando de nuevo el aspecto de un abandonado paraje. Cuando pasó por la capital el ciclón de 1926 arrasó con su hermoso arbolado, derribando lo poco que quedaba de las obras de embellecimiento con que algunos alcaldes habían intentado renovar el antiguo campo de ejercicios militares. Aquel terreno se había convertido otra vez en un solar yermo, sin calles ni aceras, constituyendo una verdadera ofensa a la estética de la ciudad.


La Plaza de la Fraternidad
Fue en 1928 que esta zona fue totalmente transformada en una gran plaza moderna, a la que se dio el nombre de Plaza de la Fraternidad Americana. Era en realidad el Campo de Marte algo así como  una isla dentro de la ciudad, contra la que chocaban las corrientes del tráfico que bajaban desde el oeste hacia las calles comerciales de la Habana Vieja, viéndose miles de vehículos de todas clases obligados diariamente a repartirse por las estrechas calles laterales, provocando largas demoras y congestiones.

El entonces Secretario de Obras Públicas, doctor Carlos Miguel de Céspedes planeó el embellecimiento de aquella parte de La Habana que, con la construcción en sus cercanías del Capitolio Nacional, había adquirido rango prominente en la urbe capitalina. Su idea, puesta en práctica de inmediato, fue situar en el centro de la ciudad una plaza monumental que, además de ofrecer una perspectiva armoniosa, sirviera para encausar la corriente del tráfico por amplias y cómodas avenidas, facilitando así el flujo continuo de vehículos.

Para ello, la Avenida de Simón Bolívar (Reina) fue prolongada en línea recta a través del Campo de Marte, ampliando su ancho de quince metros a treinta, para permitir, además del tránsito de vehículos, la doble línea de tranvías que por ella circulaba; la calle de Raimundo Cabrera (Industria) fue conectada con la de Máximo Gómez (Monte), dándosele un ancho de quince metros; y las calles de Dragones y Miguel Aldama (Amistad) fueron también ampliadas a quince metros, quitándose de ellas, al igual que de la Monte, las líneas de tranvías, para que no sufriera la estética del conjunto y por considerar que la doble línea de Reina era suficiente solución para el problema del tráfico tranviario.

Con la ampliación de las calles, el antiguo Campo de Marte quedó dividido en cinco áreas de diferentes proporciones, unas triangulares y otras rectangulares, siendo la mayor el área limitada por las calles Dragones, Prado, Reina y Amistad.



En el centro de la plaza fue sembrado el Arbol de la Fraternidad Americana, que dio su nombre a la plaza de más bella perspectiva de La Habana, y que consiste en una ceiba que había sido sembrada por un modesto matrimonio cubano en las afueras del Tulipán, en el Cerro, el 20 de mayo de 1902, día de la instauración de la República, y que se trasplantó al centro de la nueva plaza el 24 de febrero de 1928, abonándola con tierra de cada una de las repúblicas americanas, traída por los Jefes de Misión que acudieron a la Sexta Conferencia Internacional Americana, celebrada ese año en la capital cubana. La ceiba fue rodeada por una artística reja fundida, colocada sobre un basamento de mármol de Isla de Pinos, y del lugar de su emplazamiento y hacia las aceras, se hicieron cuatro caminos de losa de San Miguel que dividen el área en sendas secciones, en las que fueron sembradas esbeltas palmas reales dispuestas en forma simétrica, para dar al conjunto una bellísima perspectiva visual.



En el área limitada por las calles Dragones, Industria, Amistad y Reina fue colocada en su centro la Fuente de los Leones, obra también del escultor Guiseppe Gaggini, que hasta entonces se hallaba en el Parque de Trillo, la que quedó rodeada por frondosas ceibas y con caminos de losa de San Miguel de seis metros de ancho, convergentes hacia ella, mientras la pequeña sección entre las calles Industria, Monte, Amistad y Reina fue recortada en cruz por idénticos caminos de losa de San Miguel y en su intersección se colocó un pequeño busto del patriota Miguel Aldama, frente al palacio de su nombre, cubierto por una bella bóveda de árboles ornamentales.



Las aceras interiores de la gran plaza recibieron un ancho de seis metros y las exteriores de nueve metros, y todas quedaron cubiertas por hermosos laureles que les dan sombra formando verdaderas bóvedas de follaje. Los huecos formados en las aceras por la base de los árboles fueron cubiertos con rejillas de hierro fundido, para evitar el brote de la tierra hacia el exterior, por el paso de los transeúntes o a causa de las lluvias.

En el Parque de la India, la fuente fue cambiada de posición, una vez más, dando el frente hacia la segunda sección del Paseo del Prado, que también más tarde sería reformado, siguiendo los planes de embellecimiento de La Habana, y detrás de ella se colocó una cortina de palmas reales para darle mayor realce. La base de la India fue elevada hasta una altura de tres metros sobre el nivel de la calle, a fin de ofrecer una bella perspectiva a los que se dirigieran hacia ella.



En el fondo del parque fue colocada una tarja de bronce con el historial del antiguo Campo de Marte, desde los tiempos que era un lodazal destinado a matanzas de animales hasta el 20 de mayo de 1928, en que fue inaugurada la monumental Plaza de la Fraternidad, que un ilustre visitante extranjero calificó como la Plaza de la Concordia de América.

Con posterioridad a esta restauración final, por iniciativa de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, se colocaron, en las esquinas del área mayor y en algunas de las secciones menores, sendos bustos de insignes próceres americanos, cuyas glorias, traspasando los límites de sus respectivas patrias, iluminaron a todo el continente: Benito Juárez, Simón Bolívar, José de San Martín, Alejandro Petion, Abraham Lincoln, José Gervasio Artigas y Francisco Morazán.