LA LECTURA EN LAS TABAQUERIAS - UNA HISTORIA CONTADA POR UNA AUTORIDAD: JOSE RIVERO MU?IZ
Por sus peculiares características, el tema de la lectura en las tabaquerías es apasionante para todos los que nos interesamos en la historia de la industria tabacalera en Cuba. Por ello fue grande nuestro regocijo cuando hallamos la publicación que motiva esta página. Se trata de un folleto de 22 páginas publicado en 1951 dentro de una separata de la biblioteca nacional: “La Lectura en las Tabaquerías”, Monografía Histórica por José Rivero Muñiz.

A Rivero Muñiz lo conocimos en los inicios de nuestros afanes coleccionistas. Al visitarlo en ocasiones, nos asombraba su afabilidad y sencillez frente el respeto y admiración que le profesaban nuestros amigos, miembros de la naciente Asociación Vilifica. Ellos, verdaderos conocedores, lo consideraban la mayor autoridad del país cuando de tabaco se hablara. Había sido fundador en 1933, y más tarde director, de la revista “Tabaco” donde mensualmente escribió innumerables artículos y reseñas que han quedado como única fuente confiable sobre la historia del ramo. Posteriormente su libro “Tabaco, su historia en Cuba” publicado en 1964, se convirtió con sus 591 páginas, en la biblia del investigador tabacalero.
Por todo ello es que le concedemos tal importancia al hallazgo de este folleto y rápidamente hemos emprendido la tarea de reproducir su contenido. Lo haremos mediante una transcripción textual, incluyendo además las imágenes de sus páginas en la galería adjunta por si el visitante prefiere leerlas directamente. Haciendo un corto resumen de su contenido, veremos en el:
-como surgió la idea, cuando se llevó a la práctica y en que talleres se realizaron las primeras lecturas.
-por qué fue que se le comenzó a llamar galeras a dichos talleres.
-que dueños de fábricas cooperaron y cuales fueron acérrimos enemigos de dicha práctica.
-las medidas que tomaron las autoridades coloniales en su contra.
-los primeros lectores que existieron, la lista de las obras estos leían, etc.
-la primera huelga que hubo en el país, donde y quien la organizo.
-el papel de Saturnino Martínez, organizador de la primera lectura, presidente de la “Asociación de Tabaqueros de la Habana” y fundador del periódico “La Aurora”, que tuvo gran influencia entre los obreros del ramo.
En fin una minuciosa historia sobre el tema que hoy nos ocupa unido a un amplio panorama de la industria de la época.
A continuación incluimos la transcripción en cuestión. Por nuestra parte solo la interrumpiremos para añadir algunas imágenes que ilustran partes de la narración.
*****
La Lectura en las Tabaquerías
Monografía Histórica
José Rivero Muñiz
AL QUE LEYERE
Entre los trabajadores cubanos, los que más se han distinguido siempre, no tan sólo por su actuación en el campo de las reivindicaciones sociales sino también por su acendrado amor a la Patria, a la Democracia y a la Cultura, han sido los tabaqueros, nombre bajo el cual el vulgo agrupa el conjunto de obreros de distintos oficios que laboran en los diversos departamentos de las fábricas de tabacos.
Cuando, a mediados del siglo XIX, se inició en Cuba la organización gremial de la clase proletaria, fueron los tabaqueros los precursores de ese movimiento, no limitándose a cooperar a la unificación de los de su propio oficio, sino que, impulsados por un noble y generoso espíritu de solidaridad, contribuyeron también, de modo eficaz, a la organización de numerosas asociaciones, tanto en la industria de la cual dependían, es decir, la del tabaco, como en otras más o menos relacionadas con ella o completamente ajenas a la misma.
Este hecho, revelador en sí de energías y de una aspiración tan sensata como sentida, hija de la reflexión y del deseo de mejorar, moral y materialmente, innato en todo ser civilizado, se debe precisamente no a que el tabaquero fuese un obrero de inteligencia superior a la de sus compañeros de lucha, sino a la forma especial en que realiza su labor. Como es bien sabido, existen en las tabaquerías vastos salones donde se congregan los torcedores a trabajar, sentados unos al lado de los otros, en sendos taburetes de cuero, ante sus respectivas mesas, cierto número de las cuales - de cinco a nueve por lo general - unidas entre sí lateralmente, forman lo que en términos de tabaquería se denomina un vapor.
La operación del torcido, a poco que el obrero la practique, sobre todo cuando ya se encuentra familiarizado con la vitola que le ha sido asignada para su elaboración, las más de las veces suele convertirse en automática pudiéramos decir, pues si bien aquél necesita consagrar a ella la vista y, más que nada, ambas manos, en cambio lo deja en completa libertad para conversar con sus restantes compañeros.
Dispone, pues, el tabaquero, de sobrado tiempo para ese entretenimiento, al que también coadyuva la libertad en que se desenvuelven las labores y el relativo silencio que impera en el taller, pues siendo el arte del torcido - al menos entre nosotros -, manual en lo absoluto y libre por consiguiente de máquinas y aparatos ruidosos, poco o nada es lo que le estorba para platicar acerca de cuanto le venga en ganas. (Recuérdese que esto ha sido escrito en 1942; hoy, desgraciadamente, la máquina amenaza con barrer al tabaquero de las "galeras”).
Ese continuo intercambio de ideas, noticias y conocimientos, hizo del tabaquero un tipo especial de obrero, más culto y más al tanto de lo que en el mundo ocurría que la generalidad de los trabajadores de otros oficios, circunstancia ésta a la que hubo de cooperar en grado máximo una institución sui géneris, conocida por la lectura, característica en un principio de los talleres de tabaquería y propagada más tarde a los despalillos y escogidas de tabaco en rama, medio excelente de ilustración, cuya historia nos proponemos seguir al través de las páginas de la presente monografía.
No es la primera vez que dedicamos nuestras investigaciones a este asunto. En la edición del "Boletín del Torcedor”- Órgano Oficial de la Federación Tabacalera Nacional do Torcedores de Cuba - correspondiente al mes de julio de 1931, tuvimos oportunidad de publicar el trabajo más extenso y documentado que respecto a la lectura en las tabaquerías haya jamás aparecido impreso. Nuestra constante dedicación al estudio de la historia del tabaco en Cuba nos ha dado ocasión de conocer nuevos datos relativos a tan interesante tema, datos que aprovechamos en el presente ensayo a fin de poder ofrecer al lector un trabajo más acabado y completo. Creemos haberlo conseguido. Toca ahora al que nos lea determinar si estamos o no equivocados.
Al hablar de los orígenes de la lectura en las tabaquerías cubanas, lo primero que precisa averiguar es quién o quiénes fueron sus iniciadores. Las investigaciones por nosotros practicadas a este respecto nos permiten afirmar que la implantación de tan provechosa práctica, gracias a la cual los tabaqueros adquirieron más prontamente que ninguno de los otros sectores del proletariado de Cuba una verdadera conciencia de clase, se debió a las recomendaciones hechas en ese sentido por Nicolás Azcárate, el político liberal cubano de tan destacada actuación en la segunda mitad del siglo XIX, atendidas y secundadas por un grupo de torcedores a cuyo frente figuraba Saturnino Martínez, líder obrero de su época, autor de muy notables poesías y protegido del antes mencionado hombre público. Sin embargo, justo es reconocer que antes que a Azcárate, esa misma idea hubo de ocurrírsele, bien que en relación con otros trabajadores ajenos a la industria del tabaco, como muy atinadamente observa Fernando Ortiz, a cierto viajero español que en 1839 visitó la isla de Cuba.
En efecto, en los últimos días del mes de noviembre del citado año, arribó a la bahía de La Habana, procedente de Puerto Rico, a bordo de la fragata española "Rosa”, Jacinto de Salas y Quiroga, quien meses más tarde publicó un libro, en cuyas páginas relata las impresiones de aquel viaje. Durante su estancia en la capital cubana, Salas y Quiroga tuvo oportunidad de hacer distintos recorridos por diversos lugares del interior de Cuba, visitando ingenios, fincas y cafetales. En una de esas excursiones, por tierras de "Artemisa o San Marcos, la Güira y Guanajay” - el viajero no precisa el paraje - acompañado de un amigo llegó a la "posesión de un alemán, la más importante de cuantas tiene la isla”, dice, cuyos moradores se ocupaban en las labores propias del cultivo y preparación del café. Refiriéndose a lo que allí observó, Salas y Quiroga se expresa del modo siguiente:
"En este cafetal tuve ocasión, más que en ninguna otra parte de la isla, de lamentar el estado de completa ignorancia en que se tiene a los esclavos. Una de las operaciones últimas del café, consiste en colocar sobre una espaciosísima mesa grandes cantidades de granos, y varios negros, sentados de un lado y otro, escogen sus diferentes clases y van haciendo de ellas separaciones. La habitación construida con este objeto en el cafetal de que hablo es sumamente linda. Larga, estrecha, cerrada con hermosos cristales y bastante elevada. Cuando nosotros entramos un silencio sepulcral reinaba allí, silencio que jamás es interrumpido, a lo que se nos explicó. Cerca de ochenta personas, entre mujeres y hombres, hallábanse ocupados en aquella monótona ocupación.
"Y entonces, se me ocurrió a mí que nada más fácil había que emplear aquellas horas en ventaja de la educación moral de aquellos infelices seres. El mismo que sin cesar los vigila podría leer en voz alta algún libro compuesto al efecto, y al mismo tiempo que templase el fastidio de aquellos desgraciados, les instruiría de alguna cosa que aliviase su miseria”.
Es indudable que la primera idea sobre la lectura en los talleres fue concebida por Salas y Quiroga, conforme queda expuesto en las líneas que exprofeso hemos subrayado. Si Nicolás Azcárate leyó o no el libro de donde hemos copiado los dos anteriores párrafos es asunto que, a ciencia cierta, no podemos asegurar, pero nada tendría de raro que el mismo le fuese conocido, mucho más tratándose de un hombre como él, poseedor de sólida cultura, amante del progreso de su patria y, además, orador notable que gustaba de convertir la tribuna en cátedra de sanas enseñanzas. De todos modos, cúpole a Azcárate la satisfacción de ver convertido en tangible realidad el laudable pensamiento enunciado poco más de un cuarto de siglo antes por Jacinto de Salas y Quiroga. Veamos ahora cómo se inició la lectura en las tabaquerías, su rápido desarrollo, las dificultades con que tropezó en sus primeros tiempos, las persecuciones de que fue objeto en distintas ocasiones y su triunfo definitivo.
Coincidiendo con el auge alcanzado por la industria tabacalera después del año 1860, época en que las tabaquerías habaneras comienzan a adquirir verdadera importancia, tanto por el volumen de sus negocios como por la insuperable calidad de sus productos, que empezaban a ser solicitados por los buenos fumadores del mundo entero, vemos surgir la era de mayor actividad societaria que han tenido las clases obreras de Cuba. Fueron sus iniciadores los trabajadores de esa industria, una de las más ricas con que en aquellos tiempos contaba nuestro país. No solamente empezaron entonces a luchar por la adquisición de mejoras materiales, mediante la fundación de las primeras "Sociedades de Artesanos” aquí constituidas, sino que también se distinguieron por su generoso afán de llevar la cultura y el sentido de la patria y el deber a la generalidad de sus compañeros. Justo es reconocer que en tan nobles empeños contaron invariablemente con la valiosa y desinteresada ayuda de un grupo de intelectuales de notoria fama y reconocido talento.
En 1861, siendo Nicolás Azcárate director del "Liceo de Guanabacoa”, levantó en esa prestigiosa y cubanísima asociación la primera tribuna pública que existió en tierras de Cuba, por la que desfilaron los hombres de letras más célebres de la época dando a conocer, mediante numerosos, frecuentes y siempre concurridos actos culturales, sus propias producciones. En una de las muchas conferencias por él pronunciadas en la mencionada institución, Azcárate hubo de aludir a la costumbre seguida en determinadas órdenes religiosas, donde uno de sus miembros lee en alta voz, en el refectorio, mientras el resto de la comunidad almuerza o cena, insinuando la idea de que algo por el estilo pudiera hacerse en las cárceles a fin de contribuir, no tan sólo a enseñar, sino asimismo a entretener y consolar a los infelices reclusos que en ellas pasaban largas horas, capacitándolos de ese modo para afrontar, una vez cumplidas las respectivas condenas que allí los habían llevado, las dificultades que el diario bregar por una existencia decorosa necesariamente iba a depararles a quienes, como ellos, tras de sí arrastraban el estigma que entraña toda permanencia en una prisión expiando el castigo impuesto a un delito común.
Las palabras de Azcárate, inspiradas por un propósito hondamente humano, no cayeron en tierra estéril encontrando debido eco entre sus oyentes. Poco tiempo después su idea fué llevada a la práctica cuando, entre los presos que ocupaban las dos galeras existentes en el Arsenal del Apostadero de La Habana, quedó establecida la lectura, pero no en la forma como luego se implantó en las fábricas de tabacos, donde la misma se efectúa durante las horas de labor, sino precisamente cuando los penados terminaban los trabajos del día. Reunidos todos en una de las citadas galeras, el lector desempeñaba su cometido, es decir, leía por espacio de media hora todas las tardes las páginas de algún libro de tendencias moralizadoras. La mayoría de aquellos reclusos eran cigarreros que trabajaban en su oficio en aquel lugar y recibían en cambio de sus tareas determinada suma, parte de la cual el jefe de dicho departamento retenía en su poder para entregársela a su propietario cuando éste recobraba la libertad una vez cumplida la condena que le había sido impuesta, entregándoles semanalmente el resto, del que separaban algunas monedas para remunerar la labor del lector y adquirir las obras que habían de leerse.
Como es fácil suponer, por mediación de las visitas que periódicamente recibían aquellos prisioneros, poco a poco fué divulgándose por los talleres de tabaquerías la noticia de la lectura en las galeras, sobre todo si tenemos en cuenta el dato ya señalado de que la casi totalidad de los presos recluidos en el Arsenal habían pertenecido a la industria tabacalera, que aun dentro de la prisión seguían laborando en una rama de aquélla, y ser sus visitadores también en su mayoría obreros del ramo del tabaco, radicados gran número de los mismos en aquel barrio de extramuros llamado Jesús María, donde, desde el establecimiento de la entonces ya extinguida Real Factoría de Tabacos de La Habana, se habían ido agrupando los elementos del proletariado tabacalero.
Saturnino Martínez, uno de los obreros más inteligentes, activos y llenos de buena voluntad con que ha contado la clase trabajadora en Cuba, que a la sazón ocupaba una mesa de tabaquero en la fábrica de "Partagás” (sita entonces en la calle de Industria esquina a Barcelona, donde hoy se halla establecido un hotel) concibió la idea de implantar también la lectura en los talleres de tabaquería, pues desde el primer momento se dio cabal cuenta de las grandes ventajas que ofrecía semejante procedimiento para lograr no tan sólo la unificación de los obreros tabacaleros (ideal acariciado por él y un grupo de buenos compañeros desde hacía algún tiempo), sino además para elevar el nivel moral e intelectual de sus hermanos de trabajo, ya que, como hubo de escribir en cierta ocasión refiriéndose a la lectura, "de ese modo el ángel de la sabiduría les ofrecerá la copa que endulce las horas de la vida, al par que desarrolla la inteligencia, perfecciona el corazón y suaviza las costumbres”.
A fin de preparar debidamente el terreno, de manera que sus propósitos no fracasasen apenas se pusieran frente a la realidad, Saturnino Martínez comenzó por gestionar la fundación de un órgano de publicidad consagrado a la propaganda societaria entre la clase obrera. Asociado con un grupo de tabaqueros entre los cuales se destacaban Agustín Mariscal y Francisco Teodoro Acosta, dieron inicio a su labor de lograr prosélitos consiguiendo distribuir veinte acciones, de a cinco pesos plata cada una, entre otros tantos compañeros y simpatizadores dispuestos a secundarles en su redentora empresa. En la edición del diario "El Siglo” correspondiente al día 20 de octubre de 1865 se anunció la próxima salida de un nuevo periódico, que estaría a cargo de "dos escritores bastante conocidos en nuestra república literaria” - Manuel Sellen y Saturnino Martínez - y al fin apareció el primer número o entrega de "La Aurora” -nombre simbólico en verdad por cuanto su nacimiento coincidía con el despertar de la clase a quien iba dirigido -, el domingo 22 del mes y año que acabamos de mencionar. Constaba de ocho páginas (tamaño 11 por 8 pulgadas), a dos columnas e impreso en el taller de la Viuda de Barcina y Compañía, sito en la calle de la Reina (hoy Avenida de Simón Bolívar) número 6, y su precio de venta era el de un real sencillo, o sean 10 centavos cada ejemplar. La redacción y administración de "La Aurora” se establecieron en la misma imprenta donde aquélla se editaba.
Esta publicación, según rezaba el subtítulo, era "un periódico semanal dedicado a los artesanos”, Sellen asumió la dirección y Saturnino Martínez se hizo cargo de una sección denominada "El tabaco”, que firmaba con el pseudónimo de "Camilo”, colaborando además en "La Aurora” literatos de tanto renombre y mérito como Joaquín Lorenzo Luaces, Luis Victoriano Betancourt, José Fornaris, Antonio Sellén, Fernando Urzaiz, Alfredo Torroella y otros, que aun cuando no poseían el valor intelectual de los que acabamos de mencionar, verdaderos prestigios de las letras cubanas, desempeñaban discretamente las secciones que les estaban confiadas, siendo dignos de mención Francisco A. Figueroa, L. J. de Abrisqueta, F. Montero y una compañera, Ramona Pizarro, que contribuía con excelentes trabajos en prosa y verso, y que, según tenemos entendido, es la primera mujer que en la prensa cubana aparece defendiendo las aspiraciones de la clase trabajadora de nuestro país. Otro colaborador del semanario, de cuya dirección se encargó posteriormente, lo fué José de Jesús Márquez, ingeniero mecánico - título que alcanzó en los Estados Unidos - que dedicó numerosos trabajos a la educación de los obreros y al cual tuvimos oportunidad de conocer y tratar durante los primeros años de la República en la Biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País, de la que era estacionario desde 1883. J de J. Márquez (que era como acostumbraba firmar sus artículos) fue un gran amigo de los trabajadores y nos place consignar aquí que gran parte de los datos que constan en el presente ensayo nos fueron facilitados por él y por el propio Saturnino Martínez con cuyo trato nos honramos en los postreros años de su prolongada y laboriosa existencia.
En sus primeros números "La Aurora”, pese a los propósitos enunciados por sus iniciadores, mostró preferencia por los asuntos literarios, relegando a segundo término las cuestiones puramente obreras. Esto parece que dió motivo a un conato de escisión: Mariscal y Acosta, no conformes con las tendencias del nuevo semanario, idearon la publicación de otro, redactando al efecto un prospecto - que "El Siglo” insertó en su edición del día 24 de diciembre de 1865 -. En él se informaba sobre la próxima salida de "El Artesano”, agregándose que "los redactores de este periódico carecen de aspiraciones literarias y lo único que desean es ser útiles con sus débiles esfuerzos a sus hermanos los artesanos”, manifestando además que "entre nosotros jamás en ninguna época se ha despertado el amor de las letras tanto como en la presente, todos anhelan saber y todos se afanan por alcanzarlo”, prometiendo establecer una sección que se llamaría de los artesanos en la que se daría publicidad a sus trabajos literarios. Refiriéndose a "El Artesano”, en la misma fecha que acabamos de mencionar publicó "El Siglo” un editorial, donde se aplaudía la anunciada aparición de aquél y se invitaba a su vez, a los hombres de ciencia, a imprimir un periódico "en el cual pueden hallar la instrucción científica indispensable las clases trabajadoras”. Sin embargo, "El Artesano” no llegó a publicarse por no sabemos qué motivos, y "La Aurora” comenzó a tratar con más detenimiento los problemas obreros, muy especialmente aquéllos relacionados con la organización de los distintos gremios del sector proletario. Dos años después, en los primeros meses de 1868, Francisco Teodoro Acosta, en unión de otros compañeros, fundó un periódico llamado "La Colmena”, en cuyas páginas colaboró frecuentemente.
Tan grande fue el éxito obtenido por "La Aurora”, que a poco de su nacimiento a la vida se hizo preciso reimprimir la primera entrega, que se repartió conjuntamente con la número 7 - correspondiente al domingo 3 de diciembre de 1865 -, a fin de complacer a los que continuamente así lo demandaban. En esos mismos días se trató de llevar a cabo la fundación de una Sociedad de Artesanos en La Habana, "compuesta por lo pronto de los obreros existentes en algunas de las principales fábricas de extramuros, para cuyo efecto se cuenta con la inmediata protección de marquistas pudientes que prometen sostener con su apoyo y generoso desprendimiento la idea magnífica emitida por sus respectivos operarios con el santo fin de propender en lo posible al mejoramiento general del artesano”, conforme hubo de anunciar "La Aurora”, a cuyos redactores por lo visto no acababa de satisfacerles del todo semejante proyecto, por cuanto al comentarlo no vacilaban en aconsejar "a todos los que piensen figurar en dicha hermandad que se mantengan en el propósito de no admitir como regenteadores de sus intereses a individuos que no pertenezcan a su gremio”, con lo que claramente se da a entender que en el asunto estaban interviniendo elementos ajenos a aquéllos que deseaban constituirse en sociedad.
Alternando con los temas literarios - que nunca abandonó -, "La Aurora” comenzó inmediatamente a laborar en favor de las clases trabajadoras, estimulando la formación de gremios e incitando a los obreros para que acudiesen a los centros de enseñanza y a las bibliotecas públicas en demanda de sanos conocimientos que los preparasen para las luchas del porvenir. Su labor tenía tanto de didáctica como de constructiva. En primer término contribuyó al establecimiento de diversas "sociedades de artesanos”, y muy en breve pudo afirmarse que cada taller de tabaquería contaba con una integrada por los torcedores que en el mismo trabajaban; más aún, auspició con verdadero entusiasmo la constitución de agrupaciones cuyos componentes lo eran obreros extraños al ramo del tabaco y creó otras donde figuraban los trabajadores de determinadas barriadas. En segundo lugar gestionó y obtuvo que la Biblioteca de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, que hasta entonces abría diariamente sus puertas al público desde las 10 de la mañana hasta las 3 de la tarde, horas poco apropiadas para que los obreros pudiesen concurrir a ella, modificase el horario, que, a partir del día 1 de diciembre de 1865 quedó establecido en la siguiente forma: de 12 meridiano a 3 de la tarde, y de 7 a 9 de la noche, para facilitar a los trabajadores su asistencia a las salas de lectura.
Cooperó igualmente a la apertura de la "Escuela para Artesanos” que el día 15 de febrero de 1866 quedó inaugurada en el número 106 de la calle de San Rafael, y de la que fue director un obrero, Gregorio R. Rodríguez, el cual "sin retribución alguna y sólo con lo que generosamente quisieran contribuir a fin de satisfacer los alquileres del local”, dedicaba tres horas diarias a la enseñanza de los elementos de instrucción primaria entre los trabajadores. La beneficiosa influencia de las prédicas de "La Aurora” se dejó sentir igualmente en el seno de las distintas "Sociedades de Artesanos” radicadas en diversos lugares de la isla; estas organizaciones, en su mayoría fundadas con el propósito único de socorrer, en caso de enfermedad, a sus respectivos asociados - obreros en su casi totalidad -, no practicaban los principios de solidaridad proletaria que hoy caracterizan a los gremios integrados por los trabajadores, dedicando exclusivamente sus fondos al fin antes expresado y haciendo caso omiso de todo aquello que no estuviera relacionado con la susodicha mira. "La Aurora” logró despertar en ellas la conciencia de clase, transformándolas en sociedades de "resistencia”, aptas para luchar por la conquista de un trato más humano y de mejores condiciones de trabajo para sus componentes, empeño asaz difícil en aquellos tiempos en que todavía el régimen esclavista imperaba en Cuba.
Y a los iniciadores de "La Aurora” cúpoles también la gloria de haber implantado la lectura en las tabaquerías, práctica altamente educativa que aún subsiste pese a las persecuciones de que, en distintas ocasiones, ha sido víctima, y que constituye un motivo de legítimo orgullo para sus mantenedores. Institución sui géneris y sin igual entre los obreros de otras partes del mundo - excepto en aquellos lugares donde posteriormente fue llevada por los tabaqueros emigrados de Cuba -, nacida a la vida en La Habana en los postrimeros días del año 1865. El primer taller donde la lectura quedó implantada, el 21 de diciembre, fue "El Fígaro”, de la propiedad de José Castillo y Suárez, situado en la esquina de Sitios y Ángeles, y uno de los más importantes que entonces existía en nuestra capital; puestos de acuerdo los trescientos torcedores que en dicha fábrica trabajaban, convinieron en que uno de ellos hiciera de lector, a cuyo efecto cada operario contribuiría con su correspondiente cuota a fin de resarcir el jornal que aquél dejaba de percibir durante el tiempo que empleaba en leer en voz alta, de modo que todos le oyesen, las obras seleccionadas mientras los restantes compañeros realizaban su acostumbrada labor.
Cual obedeciendo a una consigna, pronto los operarios de otras tabaquerías se apresuraron a imitar lo hecho por los torcedores de "El Fígaro”. Sin embargo, parece que el propósito hubo de tropezar con dificultades y la oposición de ciertos industriales según se deja ver en las siguientes líneas que Agustín Mariscal publicó en la entrega número 12 de "La Aurora”: "No sabemos por qué algunos dueños de fábricas prohíben entre sus operarios tan laudable idea, porque lejos de serles perjudicial, establece el orden en los talleres, y el artesano se consagra con doble aplicación al desempeño de sus tareas, participando al propio tiempo de la instrucción que le proporciona la lectura, y de algún aumento en sus jornales, pues trabajando en silencio sabido es que siempre se aventaja más”.
Tales prohibiciones lo único que lograron fue avivar aún más los deseos que todos sentían de ver establecida la lectura en sus respectivos talleres, y, en efecto, días después, el martes 9 de enero de 1866, se inauguró la novel institución en la fábrica "Partagás”. Véase ahora cómo describe dicho acto el tantas veces mencionado semanario en su edición del domingo 14 de los citados mes y año: "Uno de los jóvenes artesanos de ese taller, colocado en el centro de aquella multitud de trabajadores cuyo número asciende a cerca de doscientos, con voz sonora y clara anunció que iba a darse principio a la lectura de una obra cuyas doctrinas tendían a encaminar los pueblos hacia un fin digno de las nobles aspiraciones de las clases obreras de todo país civilizado. Y abriendo un volumen en folio mayor, empezó a leer "Las Luchas del Siglo”. Es imposible ensalzar como se merece la atención profunda con que fué oído durante la media hora que por turno le correspondió leer; a cuyo término otro joven de idénticas circunstancias, tomó el mismo libro y continuó la lectura otra media hora, y así sucesivamente hasta las seis de la tarde, hora en que todos los obreros abandonaron el taller, con el propósito de continuar al otro día en la misma práctica, como sucedió y ha venido sucediendo en los demás días de la semana”
El propietario de la fábrica a que alude la anterior información lo era el catalán Jaime Partagás, quien, cuando una comisión de tabaqueros acudió a entrevistarse con él para solicitar el establecimiento de la lectura, accedió inmediatamente, alentando con frases de elogio para sus operarios la idea emitida por ellos, imponiendo como condición única que las obras que fueran a leerse tendrían que ser sometidas antes a su censura, y el día de la inauguración acudió a presenciar el acto, ofreciendo voluntariamente levantar "una especie de tribuna” en el punto céntrico del taller, a fin de que todos los tabaqueros pudiesen percibir con claridad la voz del lector. Sin embargo, no todos los fabricantes pensaban lo mismo que Partagás; algunos, como explicaremos más adelante, se mostraban poco o nada dispuestos a tolerar en sus tabaquerías la implantación de aquella práctica en la que su instinto preveía un futuro peligro. Los jefes o encargados de muchos talleres iban en su negativa mucho más allá que los propios dueños, manifestándose cerrilmente opuestos y alegando pretextos tan necios como éste que se le ocurrió al de la fábrica "La Intimidad”, quien no vaciló en decir que con la lectura "no podía reinar el orden debido y que, por consiguiente, cada cual debía leer en su casa.
No opinaban así los extranjeros que tenían oportunidad de observar la nueva institución. Por aquellos días precisamente llegó a La Habana una de las más conspicuas personalidades del gobierno estadounidense, William H. Seward, Secretario de Estado, quien, en compañía de su hijo F. W. Seward, hizo el 22 de enero de 1866 una visita al taller de "Partagás”. En su recorrido por los distintos departamentos de la fábrica penetró en el amplio salón donde trabajaban los tabaqueros en los momentos en que, "colocado en medio del océano de individuos profundamente callados, el lector dejaba oír la eufonía de su acento que trasmitía suavemente al corazón de los oyentes el aura evangelizadora de que está animada una de las mejores obras de Fernández y González; el honorable ministró fijó en él la mirada e hizo un signo de aprobación”. Esta nota, en cuyo florido lenguaje se adivina la imaginación de un autor más dado a componer poesías que sueltos periodísticos, se insertó en la edición de "La Aurora” del 28 de enero de 1866, y finalizaba con la siguiente pregunta: "¿No es esto honroso para el señor Partagás y sus operarios?”
Ni uno solo de los muchos visitantes que en aquellos días acudían a "Partagás” dejó de proferir favorables comentarios respecto a la lectura, cuya popularidad aumentaba conforme las semanas transcurrían. La novedad del caso trascendió a las redacciones de los periódicos más leídos y uno de los diarios más importantes de la época, en cuyas páginas las ideas liberales siempre hallaron grata acogida y calurosa defensa, "El Siglo”, dirigido por Francisco de Frías, Conde de Pozos Dulces, le dedicó un encomiástico artículo en el número publicado el jueves 25 de enero de 1866. En todas partes se hablaba de la lectura y de sus iniciadores.
La musa popular, espontánea y pendiente de la actualidad, intervino también en el asunto, circulando por aquellos días unas décimas, atribuidas a un tabaquero de "El Fígaro”, de cuyos versos se deduce que los mejores torcedores de entonces lo eran los apellidados Lapuente, Núñez y Muñoz, cuya labor es comparada por el poeta, por lo sublime y perfecta, a la lectura, tema inspirador de sus espinelas.
El sábado 3 de febrero de aquel mismo año se inauguró la tribuna en el taller de "Partagás”, cuyo propietario hizo de este modo buena su promesa, siendo por consiguiente aquélla la primera levantada en una tabaquería. Este acontecimiento fué celebrado con la solemnidad que el caso demandaba; el donante, al hacer entrega del mueble que iba a servir de pulpito al lector, pronunció una breve oración que a su vez fué contestada por un tabaquero, quien, subido en la tribuna, leyó un sentido discurso. Hemos dicho antes que no todos los fabricantes se mostraban tan propicios a la lectura en sus respectivos talleres como se había manifestado Jaime Partagás, y en prueba de nuestro aserto vamos a citar ahora los nombres de los que más se destacaron por su enemiga a tan instructiva práctica; sabemos, por ejemplo, que el dueño de la tabaquería "El Designio”, Ramón Allones, dijo a sus obreros que "los talleres eran para trabajar y no para leer, y que las tribunas eran para los Liceos y no para las fábricas de tabacos”; los propietarios de "Cabañas”, "Henry Clay” y "La Intimidad”, señores Anselmo González del Valle, Julián Álvarez y Antonio Caruncho, respectivamente, tomando como excusa fútiles motivos, no acababan de conceder el permiso para establecer la lectura; y en la calle de Rayo existía una fábrica de un tal García, donde, según "La Aurora”, en lugar de "oírse la voz del lector sólo se escucha una cosa que aterra, producida por otra cosa que tiene una mota en la punta y que al agitarla en el aire suena como un chasquido”; clara alusión al látigo que todavía se empleaba en muchos talleres para castigar a los míseros esclavos y a los aprendices.
No obstante, poco a poco fueron siendo vencidos los obstáculos que se oponían a la implantación de la lectura, y, al finalizar el mes de mayo de 1866, ya las principales tabaquerías de La Habana y de los pueblos cercanos a la capital contaban con su correspondiente lector. He aquí el orden en que fue inaugurada tan instructiva práctica en las primeras fábricas que la prohijaron: en la de "Prieto”, en San Antonio de los Baños, el día 1 de marzo; en la de "Acosta”, de Bejucal, el 11 del mismo mes; en "La Rosarito”, de Anselmo Zamora, el 13; en "Henry Clay”, sita entonces en Salud 22, el 19; en "La Intimidad” - o "Caruncho” como era generalmente conocida por razón del apellido de su propietario -, el 2 de abril; en "El Príncipe de Gales”, de Vicente Martínez Ibor, el 23 del mes que acabamos de citar; en "La Flor de Arriguanaga”, de Fernando Arriguanaga, establecida en Sitios 11, el 3 de mayo; en "La Flor de San Juan y Martínez”, de Andrés Rodríguez, de Dragones 39, el 15 del mismo mes, y diez días más tarde, el 25 de mayo, en la sucursal que esa tabaquería tenía abierta en Arroyo Naranjo; y el 28 siguiente en "Cabañas”, de Anselmo González del Valle.
En mayo también - en fechas que no hemos podido precisar - la lectura sentó sus reales en otros importantes talleres, como "La Pilarcito”, "H. Upmann”, "Por Larrañaga”, "Las Tres Coronas”, "El Moro Muza”, "La Meridiana”, "La Africana”, "El Rico Habano” y el taller de José Rabell. La forma en que originalmente se estableció la lectura, consistente, como ya hemos tenido oportunidad de observar en el caso de "Partagás”, en un a modo de turno en el que participaban los tabaqueros del taller con condiciones para ello, no prevaleció por mucho tiempo, y pronto, por lógica consecuencia, el cargo de lector vino a ocuparlo aquella persona dotada de las dotes necesarias, sobre todo, voz clara y pronunciación correcta. Resulta, pues, imposible, señalar de un modo preciso quiénes fueron los primeros lectores de tabaquería. Sin embargo, sí podemos citar aquí el nombre de uno de esos precursores, Nicolás F. de Rosas, "quien sin exigir retribución alguna” desempeñaba ese puesto en una fábrica de tabacos de Guanabacoa, propiedad de Severiano Aquino, en la cual se inauguró la lectura el día 1 de marzo de 1866, según se asevera en "El Siglo” de fecha inmediata.
"La Aurora” dedicó frecuentes trabajos a señalar los progresos que iba registrando la lectura en los numerosos talleres de tabaquería; no olvidando tampoco encomiar la provechosa labor que mediante su metódica práctica pudiera realizarse en defensa del proletariado, siendo sin duda el más importante de todos esos artículos, por lo bien redactado y conceptuoso, uno debido al notable literato Antonio Sellen; y del mismo modo tampoco perdía oportunidad para ir inculcando entre los obreros el espíritu de asociación, denunciando además cuantas anormalidades y atropellos llegaban a conocimiento de sus redactores, lo cual fue causa de que en determinada ocasión se pretendiese por parte de cierto "marquista” prohibir se leyera dicho semanario en su tabaquería. De más casi está el dejar consignado que todo esto contribuyó a intensificar el recelo y la prevención con que era observada, por conocidos elementos tradicionalmente reaccionarios, la novel práctica de la lectura, innovación que algunos juzgaban abiertamente como peligrosa y atentatoria al orden establecido.
El decano de los periódicos habaneros, "Diario de la Marina”, presto a defender los intereses de la clase que representaba, es decir, la del elemento patronal español, en réplica a una alusión publicada en "El Siglo” - paladín de las ideas liberales -, con el cual venía desde hacía largo tiempo en franca pugna tratando de presentarlo ante la opinión pública como desafecto a la causa de España, dió a la publicidad una nota donde hablaba "de la nueva manía (que recomendaba a la atención del Gobierno) de que se hagan esas lecturas en comunidad en los talleres de tabaquerías”, dando así a entender que consideraba esas lecturas como un medio apropiado para difundir las prédicas revolucionarias que los agentes separatistas procuraban difundir entre las masas populares y que muy pronto habrían de culminar en la guerra iniciada el 10 de octubre de 1868 por Carlos Manuel de Céspedes, al frente de un puñado de valerosos defensores de la independencia patria, en su ingenio La Demajagua.
Insistió de nuevo el "Diario”, y en la edición correspondiente al martes 13 de marzo de 1866, insertó el siguiente suelto, que bien a las claras revela las intenciones que con respecto a la lectura abrigaban los inspiradores del antiguo órgano del Apostadero de La Habana; decía así: "El propósito de atacar por su base, no ya sólo nuestras instituciones, sino también nuestras costumbres, propósito que se transparenta en "El Siglo”, aparece claro y despejado en "La Voz de América”: el fin con que se promueven y fomentan esas lecturas en ciertos talleres, que ya se indicó en otro número de nuestro "Diario”, se determina más y más por el insolente empeño y la tenaz insistencia con que predica "El Siglo”, auxiliado eficazmente por otro periódico de La Habana que no queremos nombrar, pero que cuidamos de leer, para estar al tanto de sus maniobras. Algunos de los dueños de esos talleres no lo son ya de su albedrío, y obedecen a la coacción y a la amenaza; pero de éste y de otros particulares muy dignos de atención suponemos enterado al Gobierno, y fiamos en su prudencia y energía para que se repriman ciertas manifestaciones y se eviten a tiempo males que todos conocemos”.
"La Aurora” no dejaba de sentirse satisfecha por tales manifestaciones, y así lo expresa sin ambages de ninguna clase en la nota que copiamos a continuación, publicada en la entrega 22 - de fecha 18 de marzo de 1866 - "El Diario de la Marina se ha declarado abiertamente contrario a la lectura en los talleres. Nosotros, que hemos sido los propagadores de la idea, nos alegramos de ello; pues su oposición prueba evidentemente que la institución es buena”. Una semana más tarde, o sea, en la edición del domingo 25, insertaba una lista de las obras que hasta aquella fecha habían sido leídas en la tribuna del taller de "Partagás”, estampando al pie de la misma estas palabras: "Si obras de tal condición encierran doctrinas perniciosas para los artesanos, venga Barrabás y dígalo”. Véanse ahora las obras de referencia: "Las Luchas del Siglo”, un tomo; "Economía Política”, por Flores y Estrada, dos tomos en 4to.; "El Rey del Mundo”, novela moral y filosófica de Fernández y González, un tomo en folio; "Historia de la Revolución Francesa”, dos tomos en 4to. mayor; "Historia de España”, por Gaicano, seis tomos en tres volúmenes; y "Misterios del Juego” (que se está leyendo actualmente).”
Y no fue solamente el "Diario” el que se opuso a la lectura; en igual sentido hubo de manifestarse también otro periódico de la época, "El Ajiaco”, quien en su edición del día 25 de marzo, es decir, en la misma fecha en que publicaba "La Aurora” la lista que acabamos de copiar, insertaba en sus páginas un artículo satírico en el que, con el propósito de ridiculizar la práctica implantada recientemente en las tabaquerías, llegaba hasta a dudar de la educación de los artesanos, lamentándose de que semejante idea "transportada desde las galeras de una prisión a los salones de una tabaquería diese a éstos cierta semejanza con aquéllas”. Pese a lo grosero del insulto, estas frases fueron recogidas por los tabaqueros, quienes, dando una vez más prueba del buen humor que siempre los ha caracterizado, bautizaron con el nombre de galeras los locales dedicados al torcido de los tabacos, denominación que todavía se conserva y sigue aplicándose para designar los citados departamentos en los talleres de referencia.
La lectura en las tabaquerías sirvió también de pretexto para que el celebrado pintor y caricaturista español Víctor Patricio de Landaluce, director entonces de un famoso "periódico satírico-jocoso” titulado "Don Junípero”, dibujare ocho intencionadas caricaturas referentes al asunto que por aquellos días constituía la actualidad habanera. Uno de esos dibujos dio origen a una protesta por parte de los torcedores, quienes se sintieron ofendidos por la pobre idea que de ellos parecía haberse formado Landaluce. Las alusiones que la prensa constantemente venía haciendo a la lectura, ora para elogiar a sus iniciadores y la bondad del móvil perseguido con su implantación, ora para censurarla por estimar que la misma llegaría a ser un motivo de perturbación social, lograron atraer sobre ella la atención de propios y extraños. Las tabaquerías donde había lectura eran visitadas por las personas curiosas por admirar semejante novedad, no siendo tampoco raro contemplar, en la parte exterior de las fábricas de tabacos, grupos más o menos numerosos do gente que, junto a las ventanas, escuchaban con atención la potente voz del lector que allá dentro, en medio de la galera, deleitaba a los operarios dándoles a conocer libros de sanas enseñanzas o de mero entretenimiento.
*****
Interrumpamos en este punto el relato de Rivero Muñiz. Revisando nuestra coleccion encontramos que por suerte tenemos el tomo del semanario “Don Junípero" donde aparecen dichas caricaturas. A continuación le mostraremos varias imágenes:
-la nota adjunta en que el autor se refiere en detalle a ellas
-y a continuacion las ocho caricaturas en cuestión









Continuemos con el relato:
*****
En un principio sólo se leían obras de esa índole, pero muy pronto, bien sea por darle cierta variedad a la lectura, o bien por el natural deseo de estar más enterados de lo que en el mundo sucedía, se introdujo también la costumbre de leer las noticias que aparecían en la prensa local diaria o semanal. "La Aurora” y "El Siglo” fueron las publicaciones preferidas de los tabaqueros; en la primera iban conociendo los progresos que realizaba el movimiento de organización de la clase obrera que poco a poco se extendía por el interior de la Isla donde los gremios eran cada vez más numerosos, y en el segundo seguían con marcada atención la dilatada polémica que sostenía ese vocero de las ideas liberales con sus colegas "Diario de la Marina” y "Prensa de la Habana”, órganos estos dos últimos de los elementos conservadores y enemigos acérrimos de cuanto pusiera en peligro la soberanía española en Cuba. De vez en cuando también se leía alguno de los artículos que insertaba "La Voz de América”, cuyos ejemplares entraban subrepticiamente en la Isla, enviados por los conspiradores que en los Estados Unidos laboraban por la independencia patria. Pese a la vigilancia de capataces y encargados, estas lecturas se repetían con frecuencia y en más de una ocasión dieron motivo a que la lectura fuese suspendida, no sin que el hecho provocase la protesta de los redactores de "La Aurora”, quienes solían aprovechar tales incidentes para poner al descubierto los abusos que en sus respectivas tabaquerías cometían algunos de los principales "marquistas”.
Las denuncias y admoniciones del "periódico de los artesanos” llegaron a constituir una verdadera obsesión para los fabricantes, los cuales, según se comprueba en un suelto publicado en el "Boletín Oficial de la Real Fábrica La Honradez”, trataron de "formar una asociación o gremio entre productores (cosecheros) de tabaco y marquistas para darle al giro toda la importancia que el asunto requería”; en efecto, el día 19 de febrero de 1866 se verificó la primera reunión con el objeto arriba enunciado, acordándose en ella la celebración de una asamblea el lunes 26 del propio mes, en la que, atendiendo a una sugerencia propuesta por el "Diario” se trató de "la publicación de un periódico exclusivamente consagrado a defender los intereses del ramo, ya que el tabaco era la industria de más valía que poseíamos”, pero cuya finalidad no era otra que oponer un valladar a las pretensiones de los obreros tabacaleros, quienes, conscientes ya de su misión y de la labor que desempeñaban, se disponían a conquistar mejoras que elevasen su situación económica, del mismo modo que "La Aurora” y sus propias asociaciones habían contribuido a levantar el nivel moral e intelectual de la clase social a que pertenecían. Sin embargo, el propósito de los fabricantes no cuajó en lo que respecta a la asociación y al periódico proyectados, ya que ni aquélla se constituyó por entonces, ni tampoco éste comenzó a publicarse. Mas, como más adelante veremos, tan hábil y eficazmente actuaron cerca de las autoridades de la colonia, que al fin lograron arrancar de éstas una orden del Gobierno Político de La Habana prohibiendo la lectura en los talleres.
Antes de pasar a explicar los términos de dicha ordenanza, permítasenos anotar cómo, en el transcurso de los cinco primeros meses del año 1866, la lectura prosiguió su marcha ascendente. No sólo estaba implantada en las fábricas de primer orden, sino que hasta en las tabaquerías de importancia secundaria - numerosísimas en aquella época - donde la cifra de sus operarios era tan exigua que les impedía sostener un lector, esos trabajadores se las habían arreglado para salvar semejante dificultad, disfrutando de los beneficios que proporcionaba dicha práctica. Siguiendo los consejos de "La Aurora”, los tabaqueros que trabajaban en la casi totalidad de esos "chinchalitos” se habían puesto de acuerdo, de modo que un lector, cuyo jornal era pagado por aquéllos, pudiese dedicar una hora a la lectura en cada taller. Más todavía, se llegó hasta intentar el establecimiento de sesiones públicas de lecturas nocturnas, abonando para su sostenimiento una entrada cuyo valor fuese de cinco centavos, "durando la sesión dos horas y destinando los fondos que resultaren sobrantes, después de cubrir los gastos indispensables, a cualquier objeto piadoso, particularmente el que se dirigiese a favorecer el bello sexo.
Tal era la situación cuando, con fecha 14 de mayo de 1866, el Gobernador Político de la Isla, Cipriano del Mazo, dirigió al Jefe Principal de Policía, un largo escrito en cuya parte dispositiva se prohibía "distraer a los operarios de las tabaquerías, talleres y establecimientos de todas clases con la lectura de libros y periódicos, ni con discusiones extrañas al trabajo que los mismos operarios desempeñan”, quedando encargados los empleados y agentes de la policía de velar por el cumplimiento de tan arbitraria orden. Para justificar semejante prohibición se tomó como excusa el hecho de que en algunos talleres los tabaqueros sostenían altercados sobre si había de leerse tal o cual obra, lo que a juicio de las celosas autoridades pudiera engendrar "odios y enemistades de graves consecuencias”, pero, en realidad, no existía otro motivo que el temor, característico de todos los regímenes despóticos, de que el pueblo, consciente de sus derechos, decidiera tomarse la justicia por sus propias manos. Al prohibir la lectura el Gobierno, estimulado por los elementos patronales más intransigentes, privaba a la clase que la disfrutaba de un poderoso y eficaz medio de cultura, pero al mismo tiempo dejaba entrever el miedo que le inspiraban los trabajos que en el extranjero venían realizando los patriotas empeñados en lograr la independencia de Cuba, ya que trataba por todos los medios a su alcance de impedir que la obra de aquéllos se divulgase y ganara prosélitos.
No es de extrañar, pues, que al reproducir la "Prensa” y el "Diario de la Marina” la orden dada por el Gobierno Político, la encabezasen con reflexiones y comentarios destinados a zaherir a "El Siglo” y a continuar el sistema de pérfidas insinuaciones contra los principios y tendencias” de este vocero liberal.
"El Siglo”, que como es sabido, abogaba no solamente en pro de la lectura en las tabaquerías, sino también de las escuelas nocturnas para los artesanos, al protestar de tan abusiva medida señalaba el caso de que en los talleres del presidio de La Habana, cuyo director lo era un coronel apellidado Montaos, se leía. Y "si allí – decía -, en un terreno ya depauperado por el cultivo continuado del mal y de la depravación, produce opimos frutos la semilla de la instrucción regada a vuelo, como pudiera decirse, en las horas del trabajo, ¿cuáles y cuán abundantes no serían sus cosechas al caer sobre una tierra no contaminada aún por las raíces del vicio y de la perversidad?”
No había transcurrido todavía un mes cuando el teniente general Francisco Lersundi, a la sazón Capitán General de la Isla, dirigió a los gobernadores y tenientes gobernadores una circular - aparecida en la "Gaceta de la Habana”, periódico oficial del Gobierno, edición correspondiente al viernes 8 de junio de 1866 -, documento que comprueba el enorme auge que había alcanzado la lectura no solamente en los talleres de tabaquería sino también en otros establecimientos y "fincas del campo”, y que asimismo puede servir de ejemplo del espíritu de intransigencia y arbitrariedad que animaba a los gobernantes de la época. Lersundi, militar de genio desabrido y de tendencias marcadamente reaccionarias, fué aún más allá que el Gobernador Político de La Habana y prohibió de modo terminante toda reunión cuya finalidad fuese la de practicar la lectura. He aquí el texto íntegro de la orden dada por Lersundi:
''GOBIERNO SUPERIOR CIVIL.- CIRCULAR.- Como podrá usted ver en el número 116 de la Gaceta Oficial de la Habana, su fecha 16 de Mayo último, el Gobernador Político de la misma, hizo algunas prevenciones encaminadas a corregir ciertos abusos de localidad que se habían introducido en varias casas y talleres, con la lectura de libros y periódicos de ideas exageradas. Congregadas las personas en colectividad para que la lectura se hiciera en alta voz, los centros industriales llegaron a convertirse en palenque de polémica y discusión y hasta hubo escándalos y reyertas que hubieran podido llegar a alterar el orden público. Aquellas disposiciones ofrecieron los resultados que eran de esperar, desapareciendo en parte las reuniones que se verificaban en aquel sentido; pero en la necesidad de que se corten radicalmente dichos abusos y la quietud y confianza públicas queden garantidas dispondrá Vd. lo conveniente para que todas esas reuniones clandestinas desaparezcan inmediatamente como cumple y debe esperarse del espíritu de recta obediencia a las leyes que tanto resalta en esta culta población.
"Pero como las máximas perniciosas se trasmiten con gran velocidad sin que sea bastante a veces para evitar su curso el celo de las autoridades, y aquel principio disolvente se haya ido extendiendo hasta las gentes sencillas de las fincas del campo, de los talleres y establecimientos de todas clases en otras varias localidades de la isla produciendo con la lectura de periódicos políticos en la forma expresada males que estoy en el deber y necesidad de remediar, prevengo a Vd. que bajo su más estricta responsabilidad y por todos los medios que estén a su alcance procure que, así en el campo como en las poblaciones, se disuelva si existe, y no se consienta de ningún modo en lo sucesivo reunión alguna cuyos fines y tendencias quedan significados. Sírvase Vd. acusar recibo de esta circular. Dios guarde a Vd. muchos años. Habana 7 de junio de 1866. Francisco Lersindi”.
Los enemigos de la lectura habían logrado su propósito. En las galeras dejó de oírse la voz de los lectores. Pero con lo que no lograron acabar fue con "La Aurora”, cuyos redactores, cual si quisieran desquitarse del descalabro sufrido, arreciaron la campaña en favor de las asociaciones obreras. Días después de la publicación de la orden que prohibía la lectura en los talleres, el periódico de los artesanos insertó un notable artículo, "Ventajas de las Asociaciones”, escrito por José de Jesús Márquez, a la par que daba cuenta que la Biblioteca Pública de la Real Sociedad Económica se veía tan concurrida que hacían falta sillas para acomodar a los obreros que allí acudían, prueba evidente de que la afición a leer había echado raíces entre el elemento trabajador. Los tabaqueros, por su parte, dándose cuenta de que en la unión de todos ellos radicaba la salvación de sus intereses iniciaron los trabajos tendientes a la constitución de un gremio, cuyas bases quedaron acordadas a fines de junio de 1866, surgiendo a poco la "Asociación de Tabaqueros de La Habana”, cuyo primer presidente lo fue Saturnino Martínez.
Deseosos algunos torcedores de que en la nueva colectividad tuviesen cabida los obreros de todos los ramos, se pensó en cambiarle el nombre a la misma, denominándola "Sociedad Cooperativa de Artesanos”, pero el proyecto no cristalizó y los tabaqueros llegaron a contar en breve con más de tres mil socios en las filas de su asociación, la que poco después empezó a llamarse "Gremio de Tabaqueros”. No tardaron en destacarse en el seno de éste dos grupos, partidario uno del cooperativismo) - sistema económico cuyas doctrinas comenzaban a propagarse entre el proletariado cubano -, mientras que el otro, integrado por los obreros de ideas más radicales, se mostraba opuesto a cuanto no significase la lucha por el inmediato mejoramiento de la clase social a que pertenecían sus componentes. Los que simpatizaban con este último grupo, pese a no representar la mayoría dentro del conglomerado tabacalero, lograron que, en septiembre de 1866, el "Gremio” declarase una huelga en la fábrica de "Cabañas”, en la cual se aseguraba que sus obreros no eran tratados con el respeto y la consideración debidos.
Fué, pudiéramos decir, un movimiento de prueba, es decir, una especie de ensayo para determinar hasta qué punto se había arraigado el sentimiento de solidaridad entre los trabajadores del tabaco. El paro se solucionó a los pocos días y aunque las demandas presentadas por los torcedores fueron satisfechas, la actuación de los dirigentes dio lugar a graves disensiones. Saturnino Martínez, presidente del "Gremio” y cabeza de los partidarios del cooperativismo, fué acusado de tibieza por los elementos radicales. Se habló de "componendas” y otras majaderías por el estilo, asegurándose que Saturnino resultaba "más literato que obrero”. Sea como fuere lo cierto es que, a despecho del triunfo alcanzado en la huelga de "Cabañas”, el "Gremio de Tabaqueros” quedó disuelto en noviembre de 1866, restando únicamente en pie algunas "Sociedades de Socorros Mutuos” en distintos talleres. Estas agrupaciones, algunas de las cuales habían sido fundadas con anterioridad al fenecido "Gremio”, desempeñaban una función más bien de carácter benéfico que clasista, pero precisa reconocer en su favor que gracias a ellas se mantuvo vivo el principio de organización hasta 1878, en que, también bajo la presidencia de Saturnino Martínez, quedó fundado el "Gremio de Obreros del Ramo de Tabaquerías”.
La huelga de "Cabañas”, primer movimiento de esta clase registrado en Cuba, atrajo sobre los tabaqueros la suspicacia de las autoridades de la Colonia. Algunos de los dirigentes fueron objeto de persecución y se vieron obligados a abandonar temporalmente las fábricas en que trabajaban, trasladándose a los talleres situados en las poblaciones del interior de la Isla. "La Aurora”, por su parte, fué transformándose en publicación de carácter puramente literario, sin que esto quiera decir que abandonase por completo los asuntos obreros - a los que dedicaba con frecuencia editoriales -, y en su número de mayo 3 de 1868 -primero de su "tercera época”-, cambió el subtítulo, abandonando el de "periódico dedicado a los artesanos” por el de "Semanario de Ciencias, Literatura y Crítica”. La lectura, que a raíz de la orden prohibitiva dada en mayo de 1866, fué suspendida en todos los talleres de tabaquería, se había restablecido en los de mayor importancia - previa la autorización de sus dueños -, sin que en momento alguno las autoridades intentasen poner en vigor las disposiciones que contenía el susodicho ilegal mandato.
Sin embargo, cuando en octubre de 1868 Carlos Manuel de Céspedes inició la guerra contra el poderío español alzándose en armas, al frente de un puñado de patriotas, en su ingenio La Demajagua, la lectura desapareció totalmente de las tabaquerías. Aquellos tabaqueros que más se habían distinguido por su amor a las ideas liberales tuvieron que emigrar a Key West y New York, localidades donde existían fábricas de tabacos que empleaban un sistema de elaboración igual al que se practicaba en Cuba y el cual había sido implantado allí precisamente por torcedores cubanos que ansiosos de nuevos horizontes y de una existencia más acorde con sus ideales de libertad y democracia no habían vacilado en ir a residir, desde varios años antes, a los Estados Unidos. Tan pronto como los talleres establecidos en Key West comenzaron a adquirir importancia y su personal fue lo suficientemente numeroso para sostener los gastos que ella ocasionaba, la lectura quedó implantada en aquéllos, y lo mismo ocurrió años más tarde, en 1886, fecha en que comenzaron a avecindarse en Tampa las primeras tabaquerías.
Durante los diez años que duró nuestra primera Guerra de Independencia, la lectura quedó abolida en lo absoluto en los talleres. Las clases obreras, muy especialmente la tabacalera, sobre muchos de cuyos miembros recaía la sospecha de que simpatizaban y aun ayudaban a los que en los campos combatían con las armas en la mano, fueron objeto de persecuciones tan continuadas como abusivas. Sumaron millares los obreros del ramo del tabaco que tuvieron que ausentarse de Cuba, unos rumbo a México y los más en dirección a la vecina Unión Norteamericana de donde muchos retornaron a las playas de la patria formando parte de las expediciones armadas que venían a luchar por su libertad, en tanto que el resto se estableció en los centros tabacaleros desde los cuales tan generosamente contribuyeron con su aporte monetario a cuantas tentativas se hicieron a partir del Grito de Yara para independizar a Cuba del dominio español.
Con el advenimiento de la paz en 1878 coincidió la reanudación de los trabajos tendientes a procurar la unión entre la gran familia obrera. Al ser fundado ese año el "Gremio de Obreros del Ramo de Tabaquerías”, una de las primeras gestiones llevadas a cabo por sus dirigentes consistió en establecer nuevamente la lectura en las fábricas de tabacos. Mas, pese a todos los esfuerzos realizados, transcurrieron dos años antes de que la voz de un lector volviera a resonar en una galera de tabaquería. La primera fábrica en que se organizó esa práctica en ésta su segunda etapa, lo fue "La Intimidad” - de Antonino Caruncho, sita entonces en Belascoaín 34, esquina a San Rafael -, en 1880, merced a las diligencias de Saturnino Martínez, director en aquel tiempo de “La Razón”, quien "acababa de soltar la chaveta para dedicarse de lleno a la pluma”. Al contrario de lo ocurrido catorce años antes, y pese al apego que los torcedores sentían por la lectura, que todos recordaban y deseaban ver implantada de nuevo, esta vez resultó mucho más trabajosa y lenta su restauración.
Los fabricantes, cuyo Gremio había quedado constituido en el mes de agosto del año últimamente citado, se mostraban reacios a conceder la autorización para que volviera a leerse en sus respectivos talleres. Por varios meses gozó "La Intimidad” del honroso privilegio de ser la única tabaquería cuyos operarios disfrutaban de los servicios de un lector. En 1882, José González Aguirre, uno de los líderes que conjuntamente con Saturnino Martínez y otros figuraba al frente del sector obrero tabacalero, logró que se permitiera la lectura en la fábrica "Partagás”. Las controversias de orden ideológico, que llegaron a poner en grave peligro de desaparecer a la entidad proletaria fundada un lustro antes, fueron en gran parte responsables de la lentitud con que iba reapareciendo la lectura en las galeras, pero cuando en 1884 resurgió, más vigorosa que nunca, la organización de los trabajadores del ramo del tabaco, dirigidos ahora por Sabino Muñiz, las tribunas tornaron a levantarse en la totalidad de las fábricas de tabacos. Fué justamente por esos días cuando se inició entre el proletariado de Cuba la propaganda del credo anarquista gracias a la difusión prestada, muy especialmente por los lectores de las tabaquerías, a los folletos escritos por José Llunás , revolucionario catalán, a los que siguieron las obras de Kropotkine, Proudhon, Bakounine y otros no menos conspicuos defensores de las ideas ácratas que tan hondamente hubieron de influir en la actuación de los organismos obreros cubanos al través de las dos postreras décadas del siglo XIX.
Otra vez, como ya antes había acaecido en 1866, los tabaqueros volvieron a dividirse en dos grupos, a cual más nutrido. De un lado estaban los que simpatizaban con el anarquismo, y junto a ellos los que sin comulgar con los principios de esa doctrina, veian, no obstante, con marcado agrado, los procedimientos radicales; y frente a entrambas alas del sector que calificaban de extremista, se hallaban los partidarios del colaboracionismo con la clase patronal. Justo es consignar aquí que entre los componentes del primer grupo, donde, como ya hemos dicho, predominaban los anarquistas, tuvieron franca acogida y generosa ayuda los que laboraban por la independencia de Cuba, mientras que en el bando opuesto ocuparon los puestos dirigentes individuos tildados de reaccionarios, algunos de ellos hasta oficiales en los célebres batallones de voluntarios que guarnecían las principales plazas de la Isla.
Las discordias entre los tabaqueros fueron hábilmente aprovechadas por los fabricantes y no tardaron en surgir, aquí y allá, paros que fueron ahondando una vez más las diferencias existentes en la familia obrera. Entre las huelgas más importantes de aquellos días debemos mencionar aquí las llamadas de Partido, en 1886, y la de las Albas, en 1888, perdidas ambas por los trabajadores; la primera casi dio al traste con la organización, y la segunda motivó, al finalizar, que aquélla se dividiese en dos entidades rivales: la "Alianza Obrera” integrada por la mayoría de los torcedores, es decir, por los elementos de tendencias más radicales y más activos; y la "Unión Obrera”, formada por aquéllos que más se habían distinguido traicionando a sus compañeros. La enconada lucha a que dio lugar este fraccionamiento constituye, sin duda, uno de los capítulos más bochornosos de la historia del proletariado cubano y no terminó sino después de varios hechos de sangre y la desaparición de las dos sociedades enemigas.
Sin embargo, de este naufragio logró salvarse la lectura no obstante las tentativas realizadas por diversos fabricantes para eliminarla de sus talleres. Durante el período comprendido de 1889 a 1895 nada digno de mención ocurre en la historia de aquélla, salvo la propaganda que desde las tribunas de los talleres realizaron los simpatizadores de la causa revolucionaria que muy pronto habría de culminar en el Grito de Baire. En los meses que precedieron al estallido de la guerra que iba a terminar con la dominación española en el Nuevo Mundo, la lectura sirvió para divulgar la labor de los clubs revolucionarios que conspiraban en el extranjero preparando el movimiento iniciado el 24 de febrero de 1895. No resultaba, pues, raro oír leer en las galeras artículos y folletos de tendencias separatistas en los que, al decir de un periódico de la época”se empleaba un lenguaje insultante contra la nación española”. La continuada repetición de estos hechos hizo que se extremara la vigilancia por parte de las autoridades, y aunque en las tabaquerías se había suprimido la lectura de las publicaciones contrarias al régimen, que clandestinamente se introducían en Cuba, en algunas fábricas, no obstante, aquéllas se daban a conocer aprovechando los momentos en que los capataces y encargados no se hallaban presentes, lo que sacaba de quicio y hacía exclamar al mismo periódico a que antes hubimos de hacer referencia: "Es de esperar no se continúe permitiendo que la tribuna del lector siga siendo un pulpito revolucionario porque eso puede tras disgustos internos que deben ser evitados”. Y pocos meses más tarde esa misma publicación estampaba estas palabras que constituían una vil delación: "Ya no se lee en las tribunas el "Patria”, "El Porvenir”, "El Esclavo”, "Cuba Libre” y otros papelotes de esa especie, pero "a sabiendas de los capataces que parece se hacen la vista gorda”, se forman después del almuerzo corrillitos de simpatizadores allá por los rincones de las galeras y se leen a medio tono esos libelos y hasta se siguen haciendo colectas para el fondo común”.
Estas denuncias y otras no menos serviles dadas a la publicidad por distintos periódicos de La Habana, produjeron al fin el efecto deseado por sus autores. El día 8 de junio de 1896, el Gobernador Regional y Civil de esta provincia, José Porrúa, dictó una circular, en la que, basándose en lo dispuesto en el artículo 31 de la Ley de Orden Público de 23 de abril de 1870, prohibió, a partir de esa fecha, "la lectura pública de periódicos, libros y folletos en las fábricas y talleres”, haciendo responsable de cualesquiera infracciones a los dueños o encargados. Tres días después de haber firmado Porrúa la circular de referencia, una comisión integrada por varios lectores de tabaquería visitó la redacción del periódico "La Lucha” solicitando el apoyo de este diario, reputado como el más liberal de los que entonces se publicaban en la capital de la Isla, para que el mencionado gobernador revocase su orden prohibitiva. Al dar cuenta "La Lucha” del caso, sugería que dicha autoridad "pudiera hacer su medida menos perjudicial al interés de los lectores reglamentando en cierto modo su trabajo, y no privando de medios de subsistencia a esos ciudadanos”. Al siguiente día informó que, según sus noticias, Porrúa estaba dispuesto a modificar su disposición contra la lectura; sin embargo, por lo visto el gobernador no se mostraba decidido a volverse atrás por cuanto que, en la mañana del lunes 15 de junio, concurrió de nuevo a "La Lucha” otro grupo de obreros que manifestó "que la supresión de la lectura en los talleres había producido bastante disgusto, y que según parece, se estaba tratando de una huelga general, para la cual ya se habían formado algunas comisiones”, por lo que el periódico llamaba la atención al gobernador "a fin de evitar las malas consecuencias, con mayor ventaja que la que resulta de una supresión que rompe con la costumbre en largo tiempo no interrumpida”.
Los lectores, apremiados por la drástica medida que les privaba del medio de que disponían para ganarse la vida, tras haber celebrado una reunión en casa de Martín Morúa Delgado - que leía en la fábrica de tabacos "Villar y Villar”-, habían enviado, días antes, una exposición a Porrúa, rogando a éste dejase sin efecto su circular, indicándole además una fórmula para solucionar el problema. El propio Morúa escribió también un artículo que se publicó en "La Discusión”, tratando el caso, y hasta los mismos industriales, deseosos de evitar conflictos que pudieran perjudicarlos en sus intereses, intervinieron igualmente en el asunto, y el día 17 del precitado mes, una comisión de la "Unión de Fabricantes de Tabacos”, de la que formaban parte Gustavo Bock y Manuel Valle Fernández, propietarios de la "Henry Clay and Bock Company” y "La Flor de Cuba”, respectivamente, dos de las firmas tabacaleras más importantes de la época, visitó al gobernador para pedirle que, "previa la reglamentación que estimase conveniente, permitiera restablecer la lectura en los talleres”. Porrúa, a quien por lo visto la amenaza de huelga lanzada por algunos tabaqueros no le había hecho ninguna gracia, se mostró inflexible, respondiendo que no estaba dispuesto a anular su orden de prohibición.
"La Lucha”, al igual que "La Discusión”, consagraron algunas notas a comentar lo sucedido, aconsejando a los obreros serenidad y proponiendo al gobernador que accediese a las demandas de los lectores. Las protestas de los tabaqueros lograron que asimismo interviniesen en el conflicto otras personas influyentes y Porrúa transigió al cabo, pero imponiendo como condición ineludible que los propietarios de las tabaquerías le garantizaran que no habría de leerse en las tribunas de sus respectivos talleres ningún trabajo subversivo. Sólo un industrial, José Gener y Batet, dueño de "La Excepción”, se comprometió a cumplir tan arriesgada exigencia, por lo que inmediatamente se reanudó en dicha fábrica la lectura, quedando en suspenso en las restantes con gran descontento de lectores y tabaqueros. Después de algunos meses y sin que, al parecer, las autoridades se dieran por enteradas, poco a poco fueron ocupando los lectores sus antiguos puestos, y de nuevo los simpatizadores de la causa separatista aprovecharon la tribuna de las tabaquerías para la propaganda de sus ideales, continuando los torcedores contribuyendo con sus donativos a la causa de la independencia cubana unos, mientras otros se incorporaban a las fuerzas insurrectas que, de un extremo a otro de la Isla, combatían por la más pronta realización de tan ansiado y legítimo anhelo.
Después de la guerra solamente en una fábrica de tabacos fue prohibida la lectura. El caso ocurrió en "Cabañas” y el motivo se debió a la crítica que en ciertos trabajos periodísticos se hacía de Leopoldo Carvajal, propietario de dicho taller. Esa prohibición provocó un movimiento de huelga, el que a poco se solucionó en favor de los tabaqueros, aunque la lectura quedó excluida de la galera de esa tabaquería, donde aquella no se reanudó hasta que "Cabañas” cambió de domicilio, trasladándose, en los comienzos de la República, desde su antigua residencia de Dragones 6 - entre Industria y Amistad -, al moderno edificio que los torcedores dieron en llamar la "Casa de Hierro” - por haber sido una de las primeras construcciones que se levantaron en La Habana utilizando una armazón de ese metal - donde hoy se hallan establecidas las oficinas y parte de los talleres de la "Tabacalera Cubana, S. A.”, al costado oeste del Palacio Presidencial, habiéndole correspondido inaugurar la tribuna en el nuevo local a Víctor Muñoz, uno de los mejores lectores que ha habido en Cuba, el que igualmente se distinguió como periodista de excepcionales facultades en los más importantes diarios de la capital.
Tales han sido, en síntesis, los hechos más sobresalientes acaecidos al través del breve, pero ejemplar e interesante período de existencia de la lectura en las tabaquerías. Quienquiera que en el futuro se dedique a escribir la historia del movimiento obrero en Cuba y de las organizaciones creadas por el proletariado en nuestro país, necesariamente tendrá que reconocer la beneficiosa influencia que esta institución sui géneris, creada por los tabaqueros cubanos y llevada por ellos, como un heraldo de cultura, a otras tierras, hubo de ejercer en la formación de una verdadera conciencia clasista. "El tabaquero - dijo uno que vivió de ese oficio y que ahora figura en el campo del periodismo -, ha sido siempre un amante de la renovación y del progreso. Cuando gravitaba sobre la Isla todo el peso de la Colonia, cuando se hacía sentir la sumisión y la esclavitud, ellos, pese a estar viviendo lo que pudo llamarse la edad de oro de la industria del tabaco, calorizaron la gesta revolucionaria y se hicieron conspiradores y agentes eficaces de la causa por la independencia de Cuba, sacrificando todo lo que dieron. No puede hablarse de la industria tabacalera ni de las guerras de independencia, sin hacer mención de la valiosa cooperación de estos obreros, a los que el propio Martí consideraba como los más sólidos sostenes de la causa”.
Por medio de la lectura el tabaquero consiguió destacarse sobre el resto del proletariado cubano, sirviendo a éste de mentor y guía cuando el movimiento de emancipación social alboreaba en Cuba. Primero sus iniciadores la utilizaron para difundir conocimientos y preparar, pudiéramos decir, el terreno para la organización gremial; luego luchó por el mantenimiento y el perfeccionamiento de esa obra, dando a conocer los abusos y atropellos que se cometían contra la clase obrera, despertando el espíritu de rebeldía y de combate; y fué más tarde, como dijera Martí, "tribuna avanzada de la libertad”. Cuenta, pues, con un pasado tan digno como glorioso. Hoy, como ayer, continúa siendo fuente de información y de enseñanza. Obra de los tabaqueros, repetimos, constituye un legítimo orgullo no solamente de sus fundadores y mantenedores, sino de todo el proletariado cubano. Su historia forma parte de la historia de éste y es por eso que no hemos vacilado en procurar recoger en estas líneas, seguramente con más diligencia y cariño que pericia, cuantos datos hemos podido obtener en relación con ella, esperanzados en que el futuro historiador de las luchas sociales en Cuba pueda aprovecharlos debidamente, destacando el papel principal que en las mismas han desempeñado los tabaqueros y su feliz creación: la lectura en las tabaquerías.
*****
Así termina lo que nos cuenta Rivero Muñiz sobre la “Lectura en las Tabaquerías”. Esperamos que haya colmado sus expectativas.
Ahora solo nos queda incluir la lista de imágenes que componen la galería adjunta. En primer término aparecen tarjetas postales en que vemos galeras de tabaquerías con sus lectores correspondientes. Le siguen las ocho caricaturas que ya intercalamos arriba en el texto, con la diferencia que aquí se podrán ver a toda pantalla. Y por último reproducimos las imágenes de las 34 páginas que componen la monografía por si el visitante prefiere leerla directamente.
Listado de imágenes:
No.----Descripción
A-01----Tarjeta Postal - Fabricante de Tabaco, Habana, Cuba
A-02----Tarjeta Postal - Lector en fábrica de tabaco, Habana, Cuba
A-03----Tarjeta Postal - Fabricando Tabacos, Habana.
A-04----Tarjeta Postal - Vista de una galera y lector - American Photo Studio
L-01----Semanario “Don Junípero” – Vista del No. 15, Año III, Abril de 1866
L-03----Caricatura: La Lectura en los Talleres – Aspecto conmovedor de un taller en un día de lectura
L-04----Caricatura: La Lectura en los Talleres – Lectura histórico-artística-científica
L-05----Caricatura: La Lectura en los Talleres – Lecturas que entusiasman
L-06----Caricatura: La Lectura en los Talleres – Lectura que aprovecha
L-07----Caricatura: La Lectura en los Talleres – ¿No hay que comer? … Pues hijos leed mucho
L-08----Caricatura: La Lectura en los Talleres – Un millar de brevas? – No hay caballero.
L-09----Caricatura: La Lectura en los Talleres – El tabaquero no ha nacido para torcer otras hojas
L-10----Caricatura: La Lectura en los Talleres – Que dice el libro? Yo no tiende bien
P-190----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 190
P-191----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 191
P-192----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 192
P-193----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 193
P-194----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 194
P-195----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 195
P-196----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 196
P-197----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 197
P-198----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 198
P-199----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 199
P-200----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 200
P-201----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 201
P-202----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 202
P-203----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 203
P-204----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 204
P-205----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 205
P-206----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 206
P-207----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 207
P-208----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 208
P-209----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 209
P-210----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 210
P-211----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 211
P-212----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 212
P-213----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 213
P-214----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 214
P-215----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 215
P-216----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 216
P-217----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 217
P-218----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 218
P-219----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 219
P-220----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 220
P-221----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 221
P-222----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 222
P-223----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 223
P-224----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 224
P-225----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 225
P-226----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 226
P-227----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 227
P-228----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 228
P-229----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 229
P-230----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 230
P-231----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 231
P-232----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 232
P-233----La Lectura en las Tabaquerías – Monografía Histórica – página 233