ALICIA ALONSO, LA BAILARINA QUE SE SOBREPUSO A LA ADVERSIDAD

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Alicia Alonso ocupa un sitio destacado entre las grandes figuras que han trascendido más allá de nuestras fronteras. Que una muchacha de un país pequeño y con una corta historia cultural lograra imponerse a nivel mundial en el difícil y selectivo arte del ballet es algo asombroso. Llegar a ser primera bailarina entre las cientos que componen cualquier cuerpo de baile es algo bien difícil. Por ello nos imaginamos el duro camino que recorrió Alicia en tierras extrañas para llegar a ser considerada una de las grandes de la historia del ballet  Ello sin duda se debió  a la inusual coincidencia de sus dotes físicas con su sentido artístico, su intelecto y una voluntad de acero. Sin embargo hubo un momento en que esa voluntad se puso a prueba de forma incruenta. Fue cuando perdió la visión allá por los finales de la década del 30, mientras se encontraba en New York donde daba los primeros pasos de su carrera. Nada mejor para conocer esta historia de primera mano que el artículo cuya imagen encabeza esta página, aparecido en la revista Bohemia del 11 de Agosto de 1957, paginas 63-63, 99-100. A continuación incluimos su transcripción:

NUESTRAS GLORIAS EN EL EXTRANJERO:

LA BAILARINA QUE SE SOBREPUSO A LA ADVERSIDAD

Una pérdida total de su vista durante más de un año, no impidió a Alicia Alonso ver y alcanzar la perfección artística que la ha consagrado mundialmente como la más grande Primera Ballerina.

Por Turnley Walker – Versión de Manuel Marsal -

LAS siete de la tarde el cavernoso fondo del escenario del Auditórium Filarmónico de Los Ángeles rebosa de actividad aun cuando los primeros compases de la orquesta no se escucharan hasta hora y media más tarde. Vistiendo trajes de ensayo, las bailarinas del Ballet Ruso de Monte Cario, solistas y miembros de los ‘corps”, trabajan y trabajan, practicando los fundamentos de su exigente arte. Una muchacha delgada, rítmicamente inclina el torso para fortalecer los músculos del vientre con la diligencia de un campeón de boxeo en su entrenamiento más recio. Es Sally Seven, de Grand Rapids, que al cabo de seis años laboriosos con el Ballet Russe, actúa como solista. Algo más allá se afana igualmente Rochelle Zide, nacida en Boston hace dieciocho años y que lleva tres con la compañía. Y Dzinta Vanags, que hace dos años salió de Latvia, ejecuta una serie de ejercicios de equilibrio y balance en otro extremo del escenario. Estas muchachas afanadas, sudorosas, practican durante una hora o más antes de la función, después de haberlo hecho durante el día, cada vez más ansiosas de alcanzar la perfección en su difícil arte.

No obstante tanta actividad, esta escena no presenta el punto focal hacia el que todo este trabajo y toda esta disciplina se orienta — Alicia Alonso — la bailarina de cinco pies tres pulgadas de estatura y ciento doce libras de excitación artística, llamada por muchos admiradores, la más grande de las bailarinas clásicas.

Esta temporada millares de amantes del ballet han visto y se han maravillado con su arte. ¿Pero cuántos en este auditorio entusiasmado saben que Alicia Alonso perdió la vista precisamente cuando comenzaba a ser considerada como una figura estelar, y que aún ahora solamente puede utilizar una estrecha parte de su visión para ver con sus penetrantes ojos de artista el mundo que la rodea?

Volvamos hacia atrás, para hacer la pregunta más esperada cuando se trata de una bailarina. ¿Qué edad tiene Alicia Alonso? Joven como todas las primeras bailarinas, pero...

—Cuando me levanto tengo cien años—, dice sonriendo esta reine- cita— y a lo largo del día soy más joven cada hora que pasa hasta que oigo a la orquesta comenzar la obra, y, entonces, no tengo edad.

Y sus grandes ojos color de humo, medio ciegos, brillan con profunda e íntima alegría, que realmente equivale a decir: ¿Qué importa la edad? Yo bailaré por siempre.

Con Alicia Alonso en su triunfante tournée actúa el primer bailarín de ballet clásico, Igor Youskevitch, que es también excelente coreógrafo. Youskevitch tiene los cabellos negros con algunos hilos grises. Es de ingenio agudo con la característica risa eslava, bien parecido y un hombre en toda la línea, que en su vida privada es tan sencillo, tan natural y sin empaque como cualquiera de sus viejas zapatillas de ensayo. De él, Alicia Alonso dice: “Cuando se baila con Youskevitch se siente tal orgullo... y al mismo tiempo el temor de no estar a la altura de su genio. Todos los bailarines del mundo lo admiran y quieren... y en cuanto a mí puedo decir que me libra completamente de la ceguera.”

Al fondo del escenario de la Filarmónica, Alicia con el pelo envuelto en un turbante y vestida con descuido se abre camino a través de sus compañeros en actividad, deteniéndose al lado de una joven bailarina, para decirle: No, no... Debe estar firme... sólida. No será bella a menos que sea fuerte como un árbol. . . ponga bien ese pie.

Se quita uno de sus zapatos de calle para demostrarle como debe colocar el pie. Las otras bailarinas la rodean. Nadie mira a la cara sino a los pies descalzos de la primera bailarina. . . Unos pies pequeños con un arco que parece hecho de acero, que se mueven lentamente pero con fuerza. Nadie mira a las caras, aunque la de Alicia Alonso con su magnífica nariz y las delicadas cejas que hacen lucir mayores sus grandes ojos, está llena de vida con una extraña belleza, que es una de sus características.

Alicia concluye la breve lección en la cual la autoridad de sus palabras queda envuelta en una simpática camaradería, y se dirige hacia el camerino que es el centro de su reino detrás del escenario. Es una habitación estrecha, casi un cubículo con su gran nombre a todo lo ancho de la puerta. Sobre un aparato de calefacción en desuso descansa un montón de zapatillas de práctica. Tiene un solo espejo y una silla. Pocos muebles e incontables potes de cosméticos. Los trajes de teatro cuelgan meticulosamente colocados. Sin sentarse, Alicia se cambia el vestido de calle por otro de práctica. Se sienta delante del espejo y se maquilla poniéndose una gruesa capa de cosméticos de un blanco parecido al de los “clowns”. Su rostro delgado, medio que se pierde en la inmensa sombra de los ojos. A poco termina su máscara escénica con unos toques de rojo y negro liberalmente trazados. ¡Ya está preparada! Y parece decirse: “Para calentar los músculos. . . mantenga caliente los músculos del baile.

Deja el camerino y caminando con sus zapatillas de práctica se dirige a la pared del fondo del teatro a un espacio que es como una callejuela improvisada entre telones. Allí, sola, trabaja con agonizante exactitud, con lentitud ritualista: las manos siempre en posición perfecta, cabeza en alto. Los grandes ojos no parecen mirar, tan intensa es la concentración. Los minutos pasan lentamente. Se mueve hacia un lado, luego hacia el otro. Nunca se detiene. No suda. Un tramoyista se lleva un pedazo de decoración a pocas pulgadas de la bailarina y cuando toma el que le sirve de apoyo, ella busca otro sin romper el ritmo de su ejercicio. Durante media hora Alicia no descansa en la búsqueda de un balance perfecto entre la respiración y el movimiento.

Igor Youskevitch está ahora en el escenario y sus ejercicios pre-función son muy distintos a los de Alicia. Sonríe, descansa, se muestra afable con los bailarines de menor importancia que se encuentran cerca. Después, gradualmente, se eleva más en sus saltos que acaban por parecer fantásticos en su precisión lograda sin aparente esfuerzo.

Alicia Alonso emerge de su rincón. Sin mirar le alcanza una mano. Se balancea en una vuelta y Youskevitch la levanta. Alicia murmura:

— ¡Estoy muy liviana esta noche!

Youskevitch le contesta:

—Ligera como una pluma.

Sus caras nunca se enfrentan.

Alicia vuelve a su camerino. Youskevitch camina con soltura por el escenario. Da la impresión de un Wes Santee antes de correr una milla. Sonríe contento, y charlando se aleja.

Alicia se cambia su traje de práctica. Su “manager” Betty Ferrell entra en el camerino y le maquilla la espalda y los hombros. No hablan. Betty toma el perchero del que pende el traje encantador de “El Lago de los Cisnes” y la ayuda a ponérselo. Son las ocho y quince minutos. Sin haber mirado el reloj la gran bailarina se halla preparada en el instante preciso. Se ajusta el adorno de cabeza hecho de plumas delicadas. Se coloca sus zapatillas de escena en las que ha introducido una innovación a base de una cinta de cirugía.

En la escena las bailarinas se han transformado en cisnes, con sus brazos desnudos, sus hombros blanqueados y sus delicadas figuras vestidas de satín. Son cisnes diligentes que forman una bandada inquieta. Alicia Alonso, su reina, se desliza entre ellos, toda en blanco, excepto el esplendor de sus ojos

‘‘No, no… solamente elévese… siéntase como si estuviera en el aire. . . alta como una nube… vuele. .“

Dicen que los cisnes de teatro no vuelan, pero en un instante esta pequeña Reina da la ilusión de que vuela. ¡Una pierna y ambos brazos dan la impresión de que se ha elevado y que el viento se la lleva!

Youskevitch, ahora todo un príncipe, aparece entre los cisnes. La orquesta ejecuta una encantadora melodía.

La cortina se abre. Los cazadores, los hombres del príncipe aparecen buscando la bandada de cisnes. Así comienza la sencilla historia de un puro romance. Un príncipe que busca, a la más encantadora de las criaturas, esa menuda Reina de los Cisnes que tiene negros ojos. La aventura es romántica, pero su belleza depende del gran arte, y los dos primeros bailarines la sublimizan con su genio que es la mágica esencia del ballet.

Youskevitch bañado en sudor recibe el cuerpo de Alicia que parece volar por el espacio. Su perfecto equilibrio no se altera. No se oye ruido alguno. Ni aun a diez pasos de distancia. Alicia espera un instante, respira profundo, suda como nunca lo ha hecho un cisne y, después, otro salto sin ruido y parece perderse en un espacio de pura imaginación

En el camerino de Alicia Alonso todavía se escucha el eco de los aplausos después de su última reverencia. El traje de ‘‘El Lago de los Cisnes” vuelve a su lugar en el ropero. Alicia repite. . “mi madre me lo hizo… Me hace todos los trajes que uso en el teatro.

Y como si se tratase de un atleta le friccionan todo el cuerpo, la secan. Se pone un vestido provisional de un azul muy delicado que parece fuera de lugar en el estrecho camerino. Después se sienta delante del espejo para quitarse la máscara escénica que se le ha cuarteado en varios lugares

Llaman a la puerta. Alicia da permiso para que entren. Primero aparece una niña de diez años de cabellos negros, ojos grandes y luminosos como los de la primera bailarina. La sigue su padre cuya cara da la impresión, en cierto modo de una máscara hecha de cicatrices, una cara que recibe honores dondequiera que se aprecia a los campeones. El visitante, en otras palabras, es Lauro Salas que ostentara el título de campeón Light - weight del mundo.

Alicia mira complacida a la niñita, inclinando la cabeza para tener una visión más clara. La niña, que responde al nombre de Gilda trae un programa. Quiere que Alicia se lo autografíe y, tiembla en éxtasis cuando además del autógrafo recibe un beso.

En español, Alicia el pregunta si baila. Cuando escucha la respuesta afirmativa, exclama:         “Me alegro

Mucho…  Me enorgullece que bailes... Necesitamos más bailarinas latino-americanas.”

El boxeador, la bailarina y la niña conversan en su melodioso idioma. Lauro, cuyas miradas alertas han recorrido el camerino, toma una de las zapatillas de ensayo y comenta pasándole las manos delgadas que su carrera no ha dañado: “Es como el guante con el que boxeo.”

Alicia lo mira, preguntándole al mismo tiempo:

— ¿Lleva muchos años peleando en el ring”?

—Tengo veintinueve. Hace quince que estoy peleando como profesional. . .

—Usted debe ser un artista entre las sogas

Lauro contesta sonriendo:

—Estoy vivo y alerta.

A continuación se interesa por conocer al mejor profesor de ballet para que le dé clases a su hija. Mientras los deditos de Gilda acarician la preciosa corona de la Reina de los Cisnes.

Los visitantes se despiden. Alicia termina de ponerse su traje de calle. Súbitamente el pequeño camerino se estremece con una fuerte llamada en la puerta, que no tarda en abrirse dando paso a Youskevitch que parece llenarla con su cuerpo. Trae entre las manos un hacha de bombero que ha cogido a su paso por el escenario. Enseguida dice

—Ando en busca de un ganso para la cena de esta noche y he oído decir que por aquí hay uno.

Su actitud y sus palabras provocan risas. Hacen algunos chistes y a poco salen del teatro en dirección al bar-restaurante del Hotel Biltmore donde Alicia encuentra su vino y Youskevitch sus whiskeys, además de la cena. Todo el mundo vuelve la cabeza para verlos cuando entran y, tan pronto como se sientan, se forma una ordenada cola de buscadores de autógrafos que va avanzando lentamente.

— ¿Pero Alicia, usted puede ver o no?

La pregunta ha brotado inesperadamente en el curso de la conversación

—Aquí, si—contesta mirando hacia el frente— pero aquí, no. Hay un espacio que no distingo.

—¿Qué tiene?

—Las arruguitas en la retina de ambos ojos, consecuencia de las varias operaciones que me hicieron.

Y entonces hubo un retorno a la inquietante cuestión de la falta de vista. Es la historia de una joven de pura sangre española y de nacionalidad cubana, que ha bailado a través de años hasta llegar a ser la única bailarina latino-americana que figura en el reducido grupo de los artistas más grandes del ballet en el mundo.

Las dificultades comenzaron en New York adonde Alicia había ido en compañía de su marido, Fernando Alonso. Allí Alicia tuvo una niña y, antes y después, bailó, estudiando con los profesores más eminentes y conquistando sus primeros triunfos que señalaron el comienzo de su carrera estelar. De pronto, detrás de la escena comenzó a dar traspiés y a tropezar con cuanto había a su paso.

Sola, sin decírselo a nadie, fue a la clínica de uno de los grandes hospitales, esperando su turno en un banco llenos de pacientes. Estaba muy asustada. Al fin, después de pasar por una especie de laberinto administrativo, llegó al especialista, quien después de hacerle varias pruebas rápidas, le explicó: “Las dos retinas en proceso de desprenderse. . . quizás enfermas. . . quizás un fuerte golpe. . . “¿Perdió algún diente?”

— ¿Golpe? No comprendo lo que quiere decirme.

— ¿No tiene idea de lo que le ha ocurrido? Tal vez en una discusión familiar. .. Son cosas que pasan tan a menudo.

—No. No he tenido discusiones ni problemas de esa índole. Soy bailarina.

— ¡Ah! ¿Acrobática? ¿Bailes violentos...?

—Ballet.

—Bien, no sé… Pero usted está perdiendo la visión... La perderá... Veremos lo que se pueda hacer... y tenga siempre presente que quedarse ciego no es el fin del universo…

El oculista se quedó sorprendido por la ligereza de su siguiente movimiento.

—Mire, señora...

Pero Alicia había salido precipitadamente del gabinete. Tropezó con la puerta, pero siguió adelante.

Fernando la llevó a un famoso cirujano de los ojos, un hombre nacido en España pero que ejercía su profesión en New York.

En su lengua nativa el famoso oculista le dijo: “No hay tiempo que perder buscando las causas...Tenemos que operar en seguida”.

Era un hombre afable. Se daba cuenta de la angustia de su paciente. La había visto bailar y su corazón se dolía ante esta tragedia que quizás fuese completa. Cortó en los luminosos y oscuros ojos. Suturó. Cortó nuevamente. ¡Seis operaciones en un ojo! ¡Siete en el otro! Alicia Alonso estaba ciega, al menos por el momento, con la visión bloqueada por las vendas. Tiene que pasar un año con los ojos tapados. Alicia volvió a La Habana. Fernando la llevaba de la mano.

Se acostó en su cama, casi sin movimiento porque era imprescindible una inmovilidad física absoluta. Fernando y miembros de su familia le leían. No podía ver a su niña. Descansaba ciega y nadie podía decir con certeza si volvería o no a ver

Pero cuando se quedaba sola, le parecía oler la humedad de fondo de los escenarios, y oír la música de las orquestas, y, con sus delicados dedos danzaba en la sobrecama. No fue un entretenimiento baldío. Escuchaba, ejecutando los pasos y a veces soñaba que esa noche Youskevitch se le reunía en el escenario bañado en luz. Y una por una en su intensa concentración, bailó todas las obras de su repertorio, una y otra, y otra vez y muchas veces, ansiosa siempre de llegar a la perfección, esa perfección que los verdaderos artistas jamás creen que han logrado. Detrás de las vendas, sus ojos, que para ella han sido siempre los órganos de la emoción, le producían dolor mientras sus blancos dedos giraban, se balanceaban, daban saltos.

Por espacio de un año bailó con sus dedos. Después sus ojos quedaron al descubierto y podían ver. No bien. Las zonas ciegas quedaron allí para siempre, pero percibía claros aspectos del mundo. Y luego vino el descubrimiento de que sus ojos habían sufrido una rara infección que con toda probabilidad no se reproduciría.

Pero el especialista dijo sentenciosamente que debía hacer una vida tranquila, físicamente quieta. Nada de ejercicios fuertes, desacostumbrados y. de ninguna manera, bailar. Alicia caminó con cuidado por su habitación y a lo largo de la espaciosa casona familiar aprendiendo a valerse de su escasa visión. Y un día, sola, en secreto, salió de su casa yéndose al “studio” de baile más próximo. Rogándole al propietario que no hablase del asunto, se quitó su traje de calle, debajo del cual llevaba el de práctica y, procurando situarse donde tuviera un amplio campo de luz que le permitiera ver, practicó lenta, cuidadosamente, débil a consecuencia de un año de inactividad. Diariamente visitó el “studio”. Se le fortaleció el cuerpo, pero no los ojos. ¿Serían suficientes las piernas y el cuerpo para responder a la percepción instantánea que la danza exige... y se perjudicaría la visión que aún le quedaba?

No tardó en obtener una respuesta parcial. Un huracán azotó La Habana, y Alicia fue hacia una puerta para cerrarla mejor. En ese instante la fuerza del viento arrancó la puerta y la artista recibió un golpe en la cabeza. Le costó esfuerzo quitarse la madera que le había caído encima, pero al volver a ver la luz del día comenzó a reírse. ¿Qué importancia iba a darle a un chichón y unas gotas de sangre, cuando el golpe no le había afectado la vista?

Y así Alicia Alonso volvió a bailar. La coreografía que practicó tan meticulosamente con sus dedos durante un año, le dio una maestría sorprendente, nunca vista antes. Triunfó en el Metropolitan de New York. Y de todas las capitales del ballet en el mundo, recibió invitaciones para actuar como estrella.

En La Habana formó la Compañía de Ballet Alicia Alonso, que más adelante se denominó Ballet de Cuba, no tardando en obtener reconocimiento internacional por su excelencia. Dirigida por su esposo. Fernando Alonso, la Escuela de Ballet Alicia Alonso, tiene ramificaciones en toda su tierra nativa. Después de los “líderes” políticos, Alicia Alonso es la cubana mejor conocida en el mundo. Con excepción de las semanas que anualmente pasa actuando en el extranjero, reside con Fernando y su familia en La Habana.

—... ¿Y ahora cuando usted baila con Youskevitch como esta noche...?

—Mis extraños ojos me ayudan. Como todos los handicaps el mío me sirve de mucho. Ahora tengo que utilizar más cerebro, más alma, para sentir con precisión dónde estoy en espacio y tiempo.

Youskevitch pasa al otro lado de la mesa para tomarla de la mano, diciéndole “Ligera como una pluma”

Alicia sonríe y sus grandes ojos oscuros se llenan, se iluminan con su peculiar visión perfecta.

***

Hasta aquí el artículo en cuestión que esperamos haya resultado de su agrado. Aprovechando la ocasión incluiremos en la galería adjunta una pequeña colección de 30 fotos de Alicia que resultan interesantes por su valor artístico  o histórico. En unas aparece su rosto en primer plano, recreado por algunos de nuestros grandes fotógrafos como Constantino Arias y Newton Estape .En otras aparece en momentos o situaciones interesantes de su larga vida, junto a grandes personalidades o en actuaciones destacadas.