
"EL CONVENTO DE SAN FRANCISCO"
Es el convento de San Francisco una de las edificaciones más antiguas de la ciudad de la Habana y con ello una de las más representadas en las ilustraciones que adornaron las diferentes publicaciones cubanas.
Las primeras nos lo muestran allá por los primeros tiempos de la litografía en Cuba, a mediados del diecinueve, cuando la plaza a la que dio nombre era la más concurrida de la ciudad al ser centro de su comercio pues en sus predios se habia instalado la aduana de la ciudad.
Después lo podemos ver gracias a las abundantes tarjetas postales que lo recrearon en las primeras décadas del siglo pasado, atraídos sus editores por las pintorescas escenas que ofrecían las multitudes que colmaban su plaza y los grandes letreros publicitarios que aparecían en sus paredes.
Aunque en realidad su imagen no ha cambiado con el tiempo si lo ha ido haciendo la plaza a la cual dio nombre y el uso que se le ha dado al edificio.
Tan interesante resulta su historia que bien merece una pequeña reseña. Veamos:
Los primeros tiempos:
En 1574 se estableció en la villa de San Cristóbal de la Habana una comunidad de frailes franciscanos, los que unos diez años después, hacia 1584, comenzaron la construcción, junto a la parte occidental de la bahía, de la Iglesia y Convento de San Francisco. Sin embargo, las obras sufrieron diversas paralizaciones y no fue hasta ciento cincuenta y cuatro años después, en 1738, que pudieron darse por concluidas. Desde el siglo anterior, en 1612, el edificio había sido puesto bajo la advocación religiosa de Santa Elena, cuya imagen, realizada en piedra, fue colocada poco después en lo alto de su torre. .
La edificación quedó situada a un costado de la plaza que después se llamó de San Francisco, dando el frente hacia la calle Oficios y el fondo hacia los muelles de la bahía. En la fachada se colocaron tres estatuas de piedra que representaban a la Inmaculada Concepción, San Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán.
La iglesia
La iglesia era una de las principales de su época y estaba compuesta por tres naves sostenidas por doce columnas, en cada una de las cuales se erguía uno de los Apóstoles. Tenía veintidós altares en los que se mostraban bellas imágenes de santos y entre sus obras de arte se encontraban trece cuadros que reflejaban episodios de la vida de San Francisco de Asís.
En el año de 1599 Fray Antonio Camargo, guardián del convento, cedió un solar para el establecimiento de una capilla que terminada en el año de 1608 con la altruista colaboración económica de destacadas personalidades de la colonia se puso a cargo de la Orden Tercera de San Francisco.
Adjunta a la iglesia, en un solar cedido expresamente en 1599 por Fray Antonio Camargo, guardián del convento, se levantó en 1608 una capilla en la que se veneraba la sagrada imagen del Cristo de la Vera Cruz, que se sacaba en procesión en la noche del Viernes Santo a recorrer el Vía Crucis a todo lo largo de la calle Amargura, hasta la Plaza del Humilladero donde se encontraba la Iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje. Construida con los aportes económicos de destacadas personalidades de la colonia, la capilla fue puesta a cargo de los frailes de la Orden Tercera de San Francisco.
La torre
Lo más destacado del edificio fue siempre su torre, dotada de bella simetría y con cuarenta y ocho varas de altura, que fue durante mucho tiempo la más alta que se conociera en la Isla. Construida con sólidos sillares sobre el cerco de la puerta, su fortaleza ha resistido por espacio de siglos el embate de los huracanes y las inclemencias del tiempo. En lo alto de la torre se erigió primeramente una estatua de Santa Elena, la que fue derribada por un ciclón en 1805, y a partir de entonces se colocó en su lugar una estatua de San Francisco de Asís que también sufrió un severo daño durante el huracán de 1846, cuando la furia del viento le arrancó la cabeza, y así se conserva en la actualidad.
El convento
El convento era muy vasto y hermoso en su sencillez, con tres amplios claustros por los que pasearon sumidos en sus meditaciones dos virtuosísimos frailes que después de fallecidos serían canonizados por el Papa, San Francisco Solano y San Luis Beltrán. También contaba el convento con varios patios, una puerta ornamental sobre la calle Oficios, ciento once celdas para los franciscanos, una biblioteca con más de 500 volúmenes y un valiosísimo archivo donde se encontraban numerosos manuscritos en relación con la fundación de la villa de San Cristóbal y que, desdichadamente, fuera saqueado y destruido por los piratas.
En la parte baja de los claustros estaban establecidas las cátedras de Teología, Filosofía, Gramática y Matemáticas. Allí cursó gran parte de sus estudios José de la Luz y Caballero, el que luego sería, a partir de 1838, uno de sus profesores, a cargo de las clases de Filosofía.
El cementerio
El Convento de San Francisco, como casi todos los conventos e iglesias de los tiempos coloniales, fue también sepultura de destacadas figuras de la época. Más de 290 cadáveres fueron enterrados bajo sus naves, siendo el primero de ellos el de Lupecio de Spes, Capitán y Tesorero de la villa, en el año de 1615, y el último el historiador José Martín Félix de Arrate.
También guardó el convento durante muchos años el cadáver del glorioso militar español Luis de Velasco, defensor del Castillo del Morro contra los ingleses en 1762, así como el del obispo Juan Laso de la Vega, que llevó a cabo una notable reforma del edificio; el del gobernador Diego Manrique, que muriera de fiebre amarilla en 1763, poco después de iniciar su mando en la Isla, y en general, casi toda la nobleza habanera de su tiempo, varios gobernadores, generales, comandantes de la flota y hasta una virreina del Perú, la marquesa de Monte Claro.
Los oficios de la ocupación inglesa
Durante la ocupación inglesa de La Habana, en 1762, el Conde de Albemarle escogió el viejo Convento de San Francisco para la celebración de oficios del culto protestante, pero estos no llegaron a celebrarse por la fuerte y tenaz oposición del obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, por lo que el gobernante inglés se vio precisado a seleccionar otras iglesias de la ciudad para la celebración de los mencionados oficios.
Leyendas y tradiciones
Las leyendas tienen un natural asiento en la antigüedad del convento de San Francisco, y su airosa torre, orgullo de la arquitectura de la época, ocupa un lugar predominante en el desarrollo de las mismas.
Alvaro de la Iglesia, en su bello libro “Cosas de Antaño”, relata el episodio de un fraile campanero que cayera desde lo alto de la torre al embaldosado de la plaza. La leyenda, inmortalizada por la pluma del famoso cronista, es como sigue:
Un joven de una buena familia habanera, cansado de una vida de disipación y licencia por las cortes de México y Cartagena, quiso buscar la tranquilidad y tal vez el verdadero amor en el solar paterno. El destino hizo que se enamorara ardientemente de una bellísima criolla perteneciente también a una linajuda familia de la villa, pero el noviazgo encontró una fuerte oposición por parte de los padres de la muchacha, a quienes no convencían los antecedentes del joven que, empeñado en buscar un acercamiento, se estrelló contra la obstinación de sus familiares. Decepcionado, el joven tomó los hábitos de San Francisco, y no se sabe si por su propio interés o por mera coincidencia le dieron el oficio de campanero, proporcionándole la forma de ver desde la alta torre la casa donde vivía su amada, una de las primeras de la calle de Lamparilla.
Un día llegó al convento la noticia de que la joven se hallaba en grave estado. El viático cruzó la calle y el campanero vio con ojos atónitos morir sus últimas esperanzas. Al día siguiente, al ir a tocar el “De profundis”, redoble a muerte, se vio a un fraile que con la capucha alta recorría la cornisa del campanario tratando con esfuerzo de ver la casa donde su amada había fallecido. No se sabe si fue un fuerte brisote que se enredó en la capucha y encegueció al fraile o si fue un propósito suicida, lo cierto es que le vacilaron los pies, perdió el apoyo de sus manos y se precipitó desde la altura de la torre al embaldosado de la plaza, donde halló de inmediato la muerte, tal vez para buscar en ella la unión que la incomprensión y la obstinada voluntad de los humanos le negó en la vida.
Otra leyenda relacionada con la torre
Cuando por disposición del Capitán General quedó convertido el convento en alojamiento para familias desamparadas de antiguos funcionarios de la colonia, se quiso quitar al edificio todo su aspecto religioso. Las paredes se pintaron con lechada y se tapiaron y cegaron numerosas puertas y ventanas. Después se quiso suprimir la torre, pero cuantas veces lo intentaron, ya fuera por la impericia de los trabajadores o por la mala disposición de los andamios, se registró en cada uno de los casos la muerte trágica de un obrero. Al final se desistió del empeño basándose en la creencia supersticiosa de que la torre estaba embrujada.
Un crimen en la casa de Dios
Cuenta otra tradición que en la iglesia se registró, allá por el año de 1838, un hecho de sangre que nunca pudo ser esclarecido. Una noche de Jueves Santo se hallaba un destacado señor de la villa (del que la leyenda no recoge su nombre) postrado ante la imagen de Cristo en ferviente plegaria, cuando fue apuñaleado varias veces por la espalda. La víctima falleció de inmediato en el mismo lugar mientras las baldosas de la iglesia se teñían con su sangre.
El Cristo que sudó
En la Capilla de la Orden Tercera, anexa a la iglesia, se veneraba la sagrada imagen del Cristo de la Vera Cruz, que acostumbraba a sacarse en procesión en la noche del Viernes Santo a recorrer el Vía Crucis hasta la Plaza del Humilladero, a un costado de la Iglesia del Cristo. Cuenta la tradición que un Jueves Santo la imagen sudó, pues se podían percibir en su rostro y en su frente el perlado sudor de la agonía. De ello dio cuenta, según Arrate, un escribano. También se decía que aquella imagen no había fuerza humana que la moviera antes de las doce de la noche del Viernes Santo, en que iniciaba el Vía Crucis.
Otros destinos
En 1841 el gobierno español incautó los bienes de las comunidades religiosas y los franciscanos se trasladaron a la iglesia y convento de San Agustín, en la esquina de las calles Cuba y Amargura, que a partir de entonces tomó también el nombre de iglesia y convento de San Francisco. Allí se trasladaron todas las sagradas imágenes de sus altares, incluso la del Cristo de la Vera Cruz, de la capilla de la Orden Tercera. Dos años después, por disposición del capitán general Gerónimo Valdés, la vieja iglesia se convirtió en depósito de mercancías, para lo cual se le abrió una nueva puerta hacia la amplia Plaza de San Francisco, frecuentada diariamente por los carretones donde los comerciantes transportaban los productos que llegaban al puerto, mientras el convento era destinado al alojamiento de familias de antiguos funcionarios pobres.
Desde 1856 se instalaron en el edificio el Archivo General de la Isla y la Aduana de La Habana. Años más tarde, en 1907, fue adquirido por el Estado cubano, quedando ocupado por la Dirección General de Correos y Telégrafos, y partir de 1916, después de una amplia restauración, por la Dirección General de Comunicaciones, que luego fue Secretaría y después Ministerio de Comunicaciones, hasta 1957 en que este último se trasladó a un nuevo edificio en la entonces Plaza Cívica, hoy Plaza de la Revolución José Martí.
Finalmente, en los tiempos actuales, después de haber sido ocupada con carácter temporal por diversas oficinas estatales, la antigua edificación ha sido totalmente restaurada por la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, convirtiéndola en la Basílica de San Francisco de Asís, asiento de una hermosa sala de conciertos y otras instalaciones culturales, mientras la imagen del Cristo de la Vera Cruz ha vuelto a ocupar su primitivo lugar en la remozada capilla de la Orden Tercera.
Sobre la muestra:
Todo lo anterior nos ha incitado a conformar esta página donde nos proponemos crear una galería en la que iremos incluyendo gradualmente las imágenes protagonizadas por este enclave a que podamos acceder. En primer término incluiremos las surgidas en la etapa colonial, la mayoría grabados incluidos en los álbumes y publicaciones periódicas de la época. A continuación veremos fotos y tarjetas postales emitidas en los tiempos republicanos. Le invitamos a recorrerla deseando que resulte de su agrado a pesar de que no son muchas las imágenes que incluye en estos momentos iniciales.